Antonio Pérez Henares

PAISAJES Y PAISAJANES

Antonio Pérez Henares


Feliz Nevada de las de antes

08/01/2021

La última noche clara, antes de que llegara la nevada que va a ser, proclaman, ‘como las de antes’, las ‘tres Marías’ o las ‘Cabrillas’ del viejo romance brillaron con gélido resplandor en el cielo. Alineadas casi en vertical en el firmamento y en la vertical de la cabaña, destilaban filos helados de navaja descendiendo hacia las tierras endurecidas por el frío. La nieve será para ellas un blando cobijo y un amparo para las mieses que han comenzado a verdear en los labrantíos.
Recuerdo las de niño, cuando vivía en Bujalaro y llegué a ver la grupa de una caballería del último paje de los Reyes Magos trasponiendo por la vuelta de las Dehesillas. O la mula de mi tío Juanito. Pero habían dejado un paquete envuelto en papel de plata en el rellano de la escalera exterior de mi casa.
Cuando nevaba entonces la nieve se quedaba mucho tiempo. Por los montes de la Alcarria y por umbrías podía tardar hasta semanas en desaparecer del todo y no se podía salir de casa ni del corral las ovejas. Se vivía pegado a la lumbre y mi padre andaba por abajo, en la cuadra de las mulas. Venía alguno a verle, hablaban allí mirando a la calle y haciendo cálculos de cuando se podría salir al campo y se ponían, al cabo, a remendar alguna albarda o reparar algún apero de labranza.
A mí me fascinaban las huellas en el manto blanco. Y disfrutaba, más que con cosa alguna, dejando las mías. Sigo en ello, aunque ahora lo que me admira, indago e intento descifrar son las de los otros. Porque la nieve tiene la magia de enseñarnos, si estamos en el monte o tenemos posibilidad de acercarnos, aunque sea a un parque un poco grande, la multitud de «gentecilla» o hasta de bicherío de mucho porte, que habita ahí, a veces muy cerca y que los humanos hacemos invisibles con el ruido que siempre llevamos a cuestas.
Para mí este será, y me parece que Thorin va a disfrutar aún más incluso que yo con ello, el mejor regalo de estas navidades. Desentrañar las huellas de los habitantes del bosque e intentar leer en ellas sus correrías. Como con las estrellas, que amen de las «cabrillas», el carro de la osa mayor, la Polar, la blanca Rigel y la rojiza Betelgeuse, que dicen que va a explotar un día de estos, y que son mi tope de sabiduría en firmamento y pocas más, no crean que soy experto. Aunque quizás un poco mejor que los del Simón y el Illa, puede que si lo sea.
A pesar de mis intentos y esfuerzos, con ayuda de un libro y sobre todo la que tuve de quien la conocía como si estuviera viendo en ellas al animal entero, solo distingo unas cuantas. Para ir a más me harían falta muchas nevadas y estar en medio de ellas y eso no me pasa si no de año en año y no siempre.
Pero éste promete y desde luego las marcas de los conejos en los lindes con la leña, que sé diferenciar de las de las liebres, más grandes y con mayor arrastre, las asigno con cierto tino. La del zorro también estará seguro y tal vez corte la de alguna garduña o algún tejón y no faltará, sino que puede que sea la más la más abundante, la del jabalí. La de la piara entera con la matriarca, las ayudantes y las crías ya crecidas harán sendero y el macho solitario pisada honda. Y en los caminos cubiertos sonreirá delicada la del corzo, que ahora no caminará en ocasiones solo. Las hembras y las crías se juntan en pequeños rebaños. Son los de cuatro patas, pero los de dos, las de los pájaros también se harán visibles. Buscaré las de las perdices.
Como ven no va a ser mala tarea y estoy convencido que me enseñará, siempre lo hace, vidas y sucedidos que desconozco y me dejará misterios irresolubles y hasta puede que la constatación de alguna tragedia de vida y muerte impresa en el lienzo blanco. Creo que, con esta faena, amén de la de tener leña a cubierto, alimentar la chimenea, romper el hielo de los bebederos de las gallinas, que no les falte el pienso, prepararme caldos, asar castañas y no caerme de culo voy a tener bastante y de sobra para no aburrirme. Y cuando sea de noche ponerme a leer al lado de la chimenea sin gana alguna de que me cuenten que está nevando una barbaridad por la tele pues ya, si eso, prefiero verlo y palparlo por mí mismo. El frío también se disfruta. Sobre todo, cuando te calientas las manos, y aún más los pies, junto al fuego, con el perrete enroscado al lado. Feliz Nevada, amigos.

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