José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


El cielo de la salud

20/04/2022

Camine usted, camine, y cuanto más mejor. El médico me puso firmes cuando me recitó la receta, y me la tomé tan a pecho que he aprovechado estos días de descanso vacacional para hacer ejercicio, pero no a base de paseos a lo Rajoy batiendo los brazos en ángulo recto; me determiné a completar diariamente un recorrido de 15 kilómetros sin importarme las condiciones climáticas. Ocho días, 120 kilómetros, con sol, lluvia y viento. Y lo logré. Por acantilados, lomas, calas y paseos urbanos. Todos los días desde la misma salida y con final en el sillón de mi casa; los mismos acantilados, las mismas lomas, las mismas calas y los mismos paseos urbanos una y otra vez durante ocho días: parecía un peregrino desnortado repitiendo ruta y aldea. Pero el tiempo, que desde hace unos años me ha clavado con frenesí alimenticio sus envidiosos dientes, me ha lacerado el cuerpo con tal saña que, tras este calvario de ocho días, mis rodillas lastimadas y mis castigadas lumbares me ajetrean como alma en pena, en un limbo de dolor y de agujetas.
Camine usted, y suba escaleras; olvídese por unos meses del ascensor. ¿Y si llevo bolsas o peso? Pues mejor, más ejercicio. Y yo me acordaba del bienaventurado de mi médico, al que Dios le dé salud por muchos años, cada vez que llegaba a casa con el cuerpo apaleado de kilómetros y tenía que renunciar al ascensor y subir a casa por la escalera. Las escaleras de los edificios son umbrarios donde habitan la soledad y el olvido; sus fríos escalones de terrazo apagado desconocen el calor humano y la escoba. Pero en la Biblia y en la mística, la escalera supone un símbolo ascensional hacia la perfección. No sé en qué piso se sitúa: para mí la perfección vive en el séptimo, donde me aguarda el sillón de mi séptimo cielo; más arriba estará la vida eterna y plácida de los que usan zapatillas de deporte. Bajar escaleras, claro, es más suave y no exige esfuerzo, como caer en el colchón de las tentaciones; es un descenso al infierno de los placeres. Tras tanto ejercicio espiritual, mis rodillas y mis lumbares me suplicaron ayer que tomase el ascensor del sentido común. Y así lo he hecho. El cielo de la salud puede esperar.

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