Cuando ya se extinguían los ecos de la fuga al extranjero y a todo correr de Puigdemont, ahora resulta que el pleno de la Eurocámara le ha denegado la inmunidad al que fuera presidente de Cataluña y golpista. Y el Gobierno de la Nación, que de vez en cuando aparenta languidecer, encuentra un nuevo respiro, otra monserga, bajo la mirada indiferente de las estrellas. Al tiempo que los ciudadanos observan ingenuos cómo a toda hora hay un entretenimiento casual, un juguete no buscado, una sorpresa descomunal porque dos infantas se han vacunado más allá de España y a sus expensas, un antiguo Bárcenas que no cesa, con traje y acusaciones de diseño. Alguna ocurrencia de Podemos, o de un vicepresidente siempre en discordia consigo mismo. Mociones de censura y adelanto de elecciones. Un antiguo Aznar que de vez en cuando frunce el ceño, o el mismísimo Rey que tanto tiene que disimular cuando lee sus discursos. Aunque nunca sabremos los españoles quién escribe el guión de la farsa. Ni, por supuesto, la paga que tiene asignada. Se la merece porque cumple bien su destino, nos distrae por oficio y siempre hay que ser agradecidos. Así, nos hemos acostumbrado a dar nuestro aplauso y la protesta desde el patio de butacas, desde una prudente lejanía, acaso mirando hasta complacidos las desavenencias de los grupos parlamentarios, cuando ni siquiera tienen gracia para insultarse desde sus escaños.
  Bien podía, el guionista antedicho, habernos ahorrado la presencia de Puigdemont. Hasta que se extinga su memoria, igual que pasa el polvillo aparente que dejan los cometas cuando cruzan el cielo y ya nunca vuelven.