José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Paraísos perdidos

25/05/2022

Sin tener conocimiento alguno de botánica, con cinco años planté un hueso de cereza en un extremo del parterre de rosas y césped, frente a mi habitación. Recuerdo aún el entusiasmo cuando horadaba con mis manos el hoyo en la negra y húmeda tierra, el momento en que deposité el pequeño carozo y la esperanza que sentí a la hora de cubrirlo y regar luego con abundante agua el montoncito de tierra removida.
Quién me iba a decir que el tallo que emergió ese verano y que solía observar por las rejas de hierro de mi ventana se convertiría en un fino tronco que 10 años más tarde crecería hasta madurar en un árbol frondoso al que trepaba sin dificultad para recoger las primeras cerezas de la temporada antes de que las devorasen los pájaros y las avispas, y entre cuyas fuertes y seguras ramas me apoyaba medio sentado, bajo la sombra de las hojas, para leer, cumplidos mis 15 años, aquellos primeros libros que me mostraron que la belleza y la suave exaltación del espíritu también brotan de palabras de color negro enterradas y resguardadas como semillas entre páginas de celulosa. Pero el paso del tiempo, las heladas, las sequías y el abandono condenaron a mi árbol a una muerte prematura. Inútiles fueron los esfuerzos para revitalizarlo; a pesar de unos escasos brotes, el tronco y sus anchas y fuertes ramas sobre las que me sentaba para leer estaban vacías de vida. En invierno lo talaron y se usó la madera para atenuar la humedad del salón. Frente a la chimenea, cuando vi los troncos arder y luego consumirse en cenizas, sufrí mi primer duelo por un paraíso de la infancia perdido para siempre.
Con el transcurso de los años asimilas que la vida es un barbecho de paraísos perdidos, los paraísos de la inocencia, de la alegría de los juegos, del corazón descontrolado al besar unos labios trémulos. Las cenizas de esos paraísos perdidos nos ensucian el carácter y oscurecen la mirada; en eso consiste la madurez, lo sabemos. En eso y en saber regarlas con mimo para rescatar de la memoria aquellos instantes indelebles e intangibles, aquellos paraísos de la infancia como el que traigo hoy a estas líneas.

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