Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


El espionaje

04/07/2020

Una de las consecuencias que acompañó a la pandemia fue el espionaje. Los confinados anotaban las salidas que creían indebidas por ser dobladas y hasta triplicadas: Primera, salida a comprar el pan; segunda, salida a la farmacia; tercera, salida a visitar a un familiar de edad; cuarta, salida a por el periódico; quinta, salida a Correos a enviar una carta urgente -la alarma no amparaba la violación de la correspondencia-; sexta, salida al estanco, aunque no se fumase -podría alegarse que el tabaco era para la mujer o el marido, mejor comprarlo en un mismo viaje-; séptima, salida al paseo del perro; octava, salida a bajar la basura -octava bis, los plásticos; octava ter, los cartones; octava quater, el vidrio; octava quinquies, el aceite reutilizable; octava sexies, ropa y calzado-; novena, salida al supermercado -aquí los adverbios numerales se disparaban; podría elegirse un mercado pequeño, como de ultramarinos o de conservas, fruterías de primera o de la división de plata-; y décima, una visita a los operadores móviles -era primera necesidad una buena conexión con el exterior-. Estos ejemplos motivaron el espionaje y, en ocasiones, la delación. El espionaje es consustancial a la vida social. El espía se siente un héroe (caso de los cinco de Cambridge reclutados por la Unión Soviética) o un ciudadano cabal (alerta a la Policía de los incumplimientos del estado de alarma que entorpecen el esfuerzo común). En ambos casos recabar información para pasarla al superior resulta ser un trabajo fatigoso -hay que recopilar y anotar; denunciar anónimamente (dar el nombre supone cerrar un punto de información) y servir -al menos yo creía que había que valer para ser espía, que espía no podría serlo cualquiera, quizá por un escrúpulo moral-, el caso es que hubo espías dobles, y hasta Stalin creyó que Kim Philby iba más allá al considerarlo un triple agente. El espionaje soporta la calidad moral del agente -no todo espionaje es tan turbio como parece de entrada, hasta hay espionaje literario, cómico y de talento-.El hombre que fue jueves, de Chesterton. Pero hay algo común al espía de toda clase: si te descubren es la ruina moral, incluso puedes perder la vida -en los tiempos donde el honor todavía contaba, se dejaba una pistola cargada en la celda del espía-. Los tiempos cambian y el demonio de la delación permanece.