Javier D. Bazaga

NOTAS AL PIE

Javier D. Bazaga


De nuevo, todo el camino por recorrer

07/10/2022

Después de esto uno ya no sabe si es mucho el camino que queda por recorrer, o lo es todo y no hemos avanzado nada. Seguro que han visto u oído el sonido de ese vídeo en el que un energúmeno profiere gritos e insultos, machistas, desde la ventana de un colegio mayor de Madrid hacia las residentes de otro colegio, éste femenino, situado justo enfrente. Las llama «putas» varias veces, «ninfómanas» y les promete que van a «follar» todas en una capea. Siento que tengan que leer estas palabras aquí, pero si no las escribiera creo que no reflejaría con la suficiente contundencia la gravedad de lo que nos está pasando.
Son chavales, jóvenes, los que jalean segundos después esos gritos en una acción coordinada, casi festiva, desde el resto de las ventanas del edificio. Hubo una época, o eso creíamos, que este tipo de actitudes eran consideradas poco menos que una «gamberrada». Pero al ver esto demuestra que todo lo que se ha hecho en materia de igualdad y de concienciación es insuficiente. La prueba es que uno de cada cinco jóvenes considera aún que la violencia machista es un invento. Jóvenes ¿eh? O que se sienten con algún derecho sobre sus parejas.
Es evidente que lograr la igualdad –real y efectiva– entre hombres y mujeres no es algo que se vaya a conseguir mañana, y sin esfuerzo. A la vista de estos acontecimientos, que me gustaría pensar que pertenecen a un reducto minúsculo de machismo, son muchas las justificaciones que tienen las iniciativas encaminadas a concienciar y sensibilizar sobre la igualdad. No hablo de utilizar expresiones como «los chicos, las chicas y les chiques», hablo de verdaderas políticas públicas, salgan de un ministerio o de una dirección general, pero que ahonden en la erradicación de estas brechas y estas manifestaciones.
Pero sobre todo –y este lamentable, inaceptable y condenable episodio lo demuestra–, hace falta incidir en la educación. De nuestros niños primeros, y de nuestros jóvenes después. Desde los centros educativos y hasta los hogares en los que determinadas actitudes aún están arraigadas en nuestra cultura. Enseñar a nuestros hijos, e hijas también, que estos comportamientos son deleznables. Que no reflejan más que la frustración de unos inadaptados y la incapacidad de relacionarse como iguales. Que no podemos justificar ni normalizar esta actitud escudándonos en un «son jóvenes con las hormonas desatadas». Las pueden tener, claro, pero la relación siempre tiene que ser desde el respeto y no replicando roles del pasado, o teniendo como referente la sumisión en el sexo.
Gritar desde una ventana lo que este chaval gritó, y que casi todo el colegio mayor secundó y jaleó, es síntoma de que en esta sociedad el machismo ha dado un salto generacional para llegar, de nuevo, a nuestros jóvenes. Podemos reconocerlo, pero no normalizarlo, porque eso sería bajar los brazos y rendirse a una enfermedad cuyos síntomas comienzan con este tipo de «gamberradas», y acaban matando mujeres, y también hijos para que sufran esas mujeres. No lo permitamos.