Francisco García Marquina

EN VERSO LIBRE

Francisco García Marquina


Volcán

12/10/2021

Como el cónsul Geoffrey Firmin, de la novela de Malcolm Lowry, estamos viviendo ‘bajo el volcán’ que, a la luz de los telediarios, es el protagonista de nuestros temores y tristezas.
Cumbre Vieja es una fuerza poderosa que puede destruirnos pero que nunca llega a ser nuestro enemigo pues carece de conciencia. Ni el león odia a sus víctimas ni la hormiga reflexiona sobre el zapato que la pisa. Digo esto porque los observadores hacen atribuciones humanas cuando hablan de que el volcán despierta, está furioso o da una tregua. Cómo si ese monte de fuego albergase planes de acción o quisiera adoctrinarnos sobre el cambio climático.
Al ser tan enorme y caprichosa su fuerza, ocupa el papel de un falso Dios cuya providencia nos zarandea. Por eso los hombres tienen instintivamente una actitud religiosa como las culturas primitivas con el sol, el agua y el fuego. Los indígenas andinos y los visionarios modernos creen en la Pachamama como diosa de la tierra que ahora está airada, protesta y nos alecciona. El filósofo Empédocles, convencido de la naturaleza divina del Etna y queriendo adquirir él mismo la divinidad, subió al cráter. Lo único que sobrevivió entre los gases fue una zapatilla que encontraron sus discípulos al borde.
Quien sufre un incendio o un hundimiento tiene un escombro, hay unos restos, un deseo de reconstrucción, pero aquí no solamente desaparece la casa sino hasta el terreno que la sustentaba. Se fundieron en negro tu casa, tu huerta, tu barrio, tus caminos, tu paisaje.
La lava alcanza y las cenizas cubren a todo aquello que no es capaz de huir, uniendo bajo las mismas exequias a criaturas diversas como pueden ser las fuentes, los árboles, los animales pausados y las plataneras. Y lo persigue por todos los elementos pues mata por el aire, sepulta las tierras y desmonta hasta las olas de Los Guirres que eran el paraíso de los surfistas.
Los vulcanólogos son  científicos alpinistas de buena voluntad y demiurgos de un Dios impredecible. Pero no son profetas capaces de pronosticar lo que va a venir sino escribas de lo que está sucediendo ante sus ojos, que viene como una gran tragedia a cámara lenta.
La destrucción tiene su belleza y cada anochecer hay un espectáculo maravilloso hasta la brutalidad, que es lo que Rilke definía como bello: «lo terrible que aún podemos soportar». En la misma línea Jünger explicaba que «también la belleza puede elevar sobre el peligro; cuando ella nos embelesa se desvanece el miedo a la muerte».
Es tal la descarga emocional que provoca el volcán que los primeros auxilios a las víctimas habrían de ser, aparte del sustento y el cobijo, la ayuda psicológica. Cuando en el siglo XV los judíos fueron expulsados de España, en su viaje llevaron consigo la llave de su casa, animados con la esperanza de volver un día. Hay palmeros que han huido de las suyas guardando las llaves, que ahora sólo sirven para abrir el recuerdo de lo que ya no existe.
Mi columna de hoy tiene un primer destinatario, que soy yo mismo, por la necesidad de hablar en alta voz para entender todo el dolor que siento.