Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Antonio Beneyto: el eterno adolescente. In Memoriam

02/11/2020

Había algo en Beneyto que lo hacía distinto. Hasta bien cumplidos los ochenta nos pareció un ser inmortal, un eterno adolescente en la línea de Dorian Gray. Albaceteño de nacimiento, había hecho del Barrio Gótico de Barcelona su refugio y allí vivió 53 años como la ostra en su concha, feliz a su manera, rozando el cielo a veces, bajando a los infiernos otras, como buen discípulo de Baudelaire, Rimbaud y Henri Michaux. Pero siempre fiel a una estética, a una ética y a unos principios más allá del bien y del mal. Y se hacía tanto de querer, que si de algo gozó de verdad en vida fue de la amistad de centenares, ya no sólo de admiradores, sino también de individuos de toda laya y procedencia. En su barrio barcelonés era el rey, como Lerroux lo fuera del Paralelo.
Su primera juventud transcurrió en el albaceteño Banco de Bilbao, donde podía haber hecho una espléndida carrera, merced a las dotes que le adornaban: orden, capacidad de trabajo, honestidad a prueba de bomba, pero jamás se avino a terminar siendo Bartleby el escribiente. Además, desde muy pronto dio en frecuentar una tertulia en la que se hallaba lo más granado de la intelectualidad del Albacete de su época, desde los componentes de la generación Ágora (que habían florecido en torno a la revista del mismo nombre, en los años de la Segunda República, y que habían conocido y tratado a Unamuno, Azorín y a García Lorca, entre otros muchos) a los de la generación Cal y Canto (a la que se inscribió y de la que recibió su bautismo de fuego).
En medio de aquellos prebostes de la intelectualidad albaceteña con su célebre tertulia del Café Milán, se fue gestando la vocación pictórica y literaria de Antonio Beneyto, que un buen día comprendió que el pájaro ha de dejar el nido y echar a volar, y, con esa fuerte voluntad de la que siempre hizo gala, un buen día hizo lo que muy pocos componentes de la misma se atrevieron a hacer: huir en busca de una nueva vida con la que realizarse. Viajó a Valencia, de allí a Palma, atraído por el aura de Cela y su revista Cuadernos de Son Armadans, para terminar recalando algún tiempo después en la Barcelona de Cirlot, Marsé, Carlos Barral, Gil de Biedma, Gimferrer; la Barcelona de las grandes editoriales,  de Bruguera, de Seix Barral; la Barcelona de Carmen Barcells, convertida ya para entonces en epicentro de la cultura hispánica con la presencia de García Márquez, de Julio Cortázar, de Alejandra Pizarnik, del joven Vargas Llosa. Allí, en la calle Codols, donde implantó sus reales, muy cerca del Museo Picasso, su gran referente, Antonio inició su carrera de pintor bohemio, revolucionario, postista en la línea de Eduardo Chicharro, Carlos Edmundo de Ory, y A. F. Molina.
Decidido a  aprender de sus maestros, su pasión por la pintura y por la escritura, sin olvidar la escultura y el grabado, siempre se mantuvo viva hasta el momento de su muerte. Estaba decidido a crear su propia estética, y la creó, una estética basada, como más de una vez le dije en vida, sin que él me lo negara, en el hecho, controvertible como todo, de  que, en contra del criterio de Darwin, el hombre no descendía del mono, sino del saurio; una estética, de cualquier modo, rupturista, colorista, extravagante, a menudo desconcertante, pero siempre innovadora. Su huella personal está presente desde sus primeras etapas hasta el final, Su obra, extensísima, fue expuesta por las ciudades más importantes de España y por todo el mundo.
Pero, paralelamente al pintor, existe el Beneyto escritor, portador de las mismas cualidades rupturistas, en libros tan hermosos como Cartas apócrifas (1987) o Un bárbaro en Barcelona (2009); por no hablar del Beneyto antólogo y editor, con aquel magnífico libro de 1994, titulado La vida sin Ramón de Luisa Sofovich, viuda del gran Ramón Gómez de la Serna; por no hablar de su desgarradora Correspondencia con Alejandra Pizarnik (1960-1972), con quien le unió una entrañable amistad.
Hombres como Beneyto dejan huella, como la dejó, y de qué forma, en Barcarola, como Jefe de Redacción. Descansa en paz, amigo.