Domingo Henares

Domingo Henares


Media entrada

19/07/2020

La sorpresa fue en Torrijos, cuando la tarde del día 12 pasado se dirigía hacia la noche. Su plaza de toros abrió las puertas de la fiesta y, a través de los televisores, propagaba una rendición impropia de la raza humana, tan soberbia y altiva en cien batallas, triunfante en aventuras siderales y vencedora del tiempo que tiene en contra (de manera que se atreve a escribir su propia historia de siglos). Nadie podía con nuestra estirpe, al menos hasta ahora, cuando el coronavirus 2020 pone en entredicho la estancia humana en la tierra. Y una plaza de toros casi vacía, a media entrada, es como una tentación, representa la conformidad que nunca debería producirse. Es una rendición que no tiene nombre, y por ahí puede empezar nuestra decadencia. Sobraron localidades de tristeza y ya no bajaron los ángeles toreros de otras tardes, por no saber acaso la manera de ajustarse las mascarillas del miedo.
Deberían llegar a un pacto los aficionados taurinos: no acudir a las plazas de toros hasta que el virus maligno desaparezca. Y que sigan el ejemplo los clérigos con toda su jerarquía al frente, para no asistir a las iglesias que no estén repletas de fieles y de bendiciones. Igual que no deben frecuentar los campos de fútbol los seguidores de su club, mientras dure esta humillación de la cara escondida y el corazón en vilo. O volvemos a ser los dueños del universo, o se acabó la farsa. Pues, si aceptamos esta mediocridad de vida, como a mitad de precio, no habrá un historiador que la cante. 
Los niños se harían cargo de esta decisión heroica de sus mayores. Y los perros ahora no importan.