Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Linotipia

08/05/2021

Balzac escribió en Madame Firmiani: «Todos nosotros somos como unas planchas litográficas de las que una infinidad de copias son tiradas por la maledicencia». Yo todavía recuerdo a los linotipistas de La Voz de Albacete y al señor Alonso al que observaba con fascinación en el linotipo -las matrices y rieles, el olor a plomo y antimonio- y a los correctores, antes de dar paso a los rodillos y a la impresión del papel. Aquel proceso cotidiano del periódico era como un milagro -el texto de uno (se guardaba copia en papel cebolla, el mejor para el calco) pasaba a manos del otro (al señor Alonso) y a las manos del corrector (siempre era un maestro, recuerdo ahora a Luis Parreño) y a las entintadas manos del jefe de la rotativa, imprimiendo a doble cara y con papel continuo. En aquella Voz hice mis primeras armas y el destino me procuró el premio Graciano de periodismo -en mi despacho están los tres diplomas; los de mi padre, el del Manuel Bello y el mío propio, firmado por Domingo Henares- y desde el plomo a la fotocomposición (Bernardo Goig diseñaba las páginas en la calle Salamanca) toda mi vida ha sido como una plancha litográfica, de la que hablaba Balzac en Madame Firmiani, pues resulta fácil hablar de uno u otro desde la impostura aprovechando la plancha para distorsionar la copia. Cuando digo toda mi vida no falto a la verdad -más de tres décadas en esta casa; siete años escribiendo a diario (la disciplina del diarista hace al escritor) y miles de artículos- ni en el fondo ni en la forma. Se escribe como un oficio -la forma- y se vive de ese modo y no de otro- el fondo. De todos los poderes conocidos, el poder del columnista (hoy contrapoder legítimo) era entonces como un fogonazo, sin aviso previo, y era muy raro el abuso o el tirar, desde nuestra litografía, retratos venales o calumniosos. Balzac conoció bien la imprenta -fundó la suya- y escribió la vida de David Séchard, impresor e hijo de impresor, que obtenía el papel lavando trapos (se reducían a una lechada rellena con tela metálica al medio: la marca de agua) y que restó en otra ilusión perdida. El linotipo era una preparación al sacramento de la hoja impresa           -esa hoja, antes que el periódico, era nuestra litografía más íntima, rebelde e insobornable-.