Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


La sedición o la mentira

16/11/2022

Cada fechoría tiene su relato correspondiente, cada regalo envenenado su brillante justificación intelectual. Lo que está ocurriendo estos días en España es la apoteosis de todo esto. Pedro Sánchez, al que nos falta aún suficiente perspectiva para juzgar en toda su dimensión, traza sus caminos sinuosos con la frialdad acojonante de la que solamente son capaces los grandes cínicos de la historia: decir una cosa y todo lo contrario en un tiempo récord, decir y desdecirse en un continuo 'donde dije digo, digo Diego', en un pertinaz equilibrismo estremecedor. El que con tanta fruición practica el arte de la mentira descarada no es un chisgarabís de la vida, ni un charlatán de feria, ni un pobre diablo sin oficio ni beneficio, es la persona que tiene en sus manos las riendas del país en virtud de una aritmética parlamentaria, tan legal y legítima como extraña a los intereses generales del país y hasta a la voluntad mayoritaria de los propios votantes del PSOE. Y asusta la facilidad con la que nuestro presidente del Gobierno se ejercita en ese arte sin cambiar el tono, con el mismo rostro, con esa misma amabilidad impostada que vista en su contexto llega a asustar por ser al final la careta de una frialdad patológica, fuera de lo común.
Dicen los pragmáticos que los políticos mienten, que necesariamente tienen que mentir, y cuentan, por ejemplo,  que el admirado Adolfo Suárez tuvo que transitar por muchos vericuetos, que juró y perjuró a aquellos militares enfurecidos del postfranquismo que nunca legalizaría el PCE y poco después lo hizo un Sábado Santo para que no se notara demasiado, y cosas por el estilo. Y es cierto, pero Adolfo Suárez, con sus aciertos y errores, tenía en su mente un gran proyecto democrático de entendimiento entre los españoles que dio lugar finalmente a un  periodo de estabilidad con libertad inédito en nuestra historia moderna. ¿Cuál es el proyecto de país que tiene Pedro Sánchez además de su supervivencia política en jugadas de corto plazo?. Me gustaría pensar lo contrario, me gustaría pensar que en la enigmática mente de Pedro Sánchez hay lugar para un estadista con un proyecto de país, discutible pero proyecto para todos. Me gustaría pensar que con su política con el independentismo catalán va a conseguir a la larga un encaje de Cataluña en el resto de España que lleve a la desactivación de la mentira independentista, pero no parece muy lógico la eliminación del delito de sedición pactándolo con los sediciosos, en lugar y en todo caso, de abrir un debate amplio con representantes políticos (por supuesto los que no son beneficiarios directos de la eliminación de la pena) y jueces. Porque la amplitud  del delito de sedición se puede discutir, lo que resulta obsceno es pactar su desactivación con los sediciosos de hace cinco años, beneficiarios ahora de la medida.
Y todo eso con la mayoría de tu país en contra, y también con la mayoría de tus propios votantes, aunque luego salen los estudiosos de las profundidades electorales esgrimiendo que así Sánchez se asegura la tendencia al alza del PSC (y el consiguiente decrecimiento de las tendencias independentistas) y el granero de voto catalán tan necesario para una victoria electoral en las elecciones generales, aunque para eso tenga que poner en apuros al PSOE ganador en Castilla-La Mancha o Aragón. Dicen incluso los apologetas de la España sanchista que con su política de apaciguamiento, con los indultos y la eliminación de la sedición, nuestro presidente va a conseguir lo que parecía imposible: el desinflamiento progresivo pero irremediable de la opción independentista entre la sociedad catalana. Y es cierto que está tendencia se está reflejando inexorablemente en los barómetros sobre el estado de ánimo de los catalanes. El independentismo está emocionalmente en horas bajas,  pero ¿lo es por la política de apaciguamiento o por el despertar de cada vez más catalanes al ver el rostro más ridículo y esperpéntico de sus dirigentes independentistas al tiempo que la fortaleza de las instituciones españolas?. Si es por el segundo motivo, este sería el momento de fortalecer el Estado que ha impedido la tropelía, en lugar de volver a poner pista de aterrizaje a esos políticos delincuentes y sin escrúpulos que la realizaron, poniendo en riesgo la convivencia democrática de todos y  quebrando a la sociedad catalana colocándola en una pendiente de decadencia de difícil solución.