Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Recogerse

25/03/2023

Nuestro vivir es tan rápido y poco calmo que los hombres recurren a la terapia como un deber -y a los fármacos para hacer más lenta la prisa-. Los domingos, de mañana, cuando desayuno temprano en amplia cafetería, observo a muchas mujeres que, en pareja, hablan de esas cosas importantes que afectan a su vivir más íntimo. Son conversaciones serias -parecen muy honestas- que buscan cierta ayuda y complejidad. El hombre necesita perdón y el espacio del alma. Muy pocas conversaciones he tenido de este tenor -la última fue con Diego Sanz-. En ellas el habla se conduce y se conduele un tanto -en el fondo necesitas el perdón de ti mismo- y resta cierto amargor tras ese repaso acaso inopinado. La conciencia puede examinarse de grado o de fuerza -ahí es donde remuerde-. Sólo en una ocasión escuché a un hombre mejor que yo en un sincerarse muy largo -me sentí honrado y cohibido; era mejor que yo y me eligió en un pronto; y supe que sería depositario, sin quererlo, de los pliegues de la vida del otro- y no creo haberme sincerado yo otro tanto. La creación literaria es introspectivamente feroz. Del teólogo alemán (ya nadie se acuerda y quisieron hacerlo santo súbito) recordé que hay muy poca paz espiritual, muy poca energía que nos recoja. Ocurre en todo. Ocurre en política donde es difícil percibir la paz política propia y la energía cívica o republicana que te recoge. Ayer mismo, en televisión, seguí una entrevista a Miquel Roca, y confortaba su defensa del pacto, del respeto al otro, y su bravura al reivindicar nuestro texto constitucional, sus principios y logros. En política -es un ejemplo- ya es casi inexistente la culpa del magistrado que exige reparación -responsabilidad política, dimitir del cargo como asunción de lo que se hizo mal-. Mía es la culpa y todo el mundo puede verla -escribió Castilla del Pino en un ensayo doliente-. La culpa es vocablo proscrito en nuestro vivir tan rápido. Nadie se quiere culpable y a nadie imputa culpa para fortificarse. Pero en esas conversaciones vitales (una o dos en la vida; nunca sabes con quién -sabes que no será con tu padre o con tus hijos-) hay una capacidad de reconocer la culpa que acepta el perdonarse como fundamento de la convivencia. Es la energía que te recoge.

ARCHIVADO EN: Política, Miquel Roca