Antonio García

Antonio García


Creencias

11/04/2022

Según el CIS, que todavía cree en las encuestas, los españoles están dejando de creer. Más de un 37 por ciento de compatriotas se declaran ateos, triplicando la cifra de hace 20 años. Si España no ha dejado de ser católica, como diagnosticaba Azaña, puede asegurarse que se lo está pensando. Y dentro del grupo de creyentes, la mitad confiesa no ser practicante, que viene a ser una creencia a medias, la de asumir derechos, pero no deberes. El vuelco de las creencias parece que se afianzó durante la pandemia, que si ya había dibujado el perfil de negacionista ahora lo apuntala con el negacionista de Dios. El ateo antiguo, asociado a una diabólica chusma, ha dejado de tener mala prensa, heredada en la actualidad por el creyente de buena o mala fe, que sobre ser católico, es por supuesto fascista. Conviene remarcar el dato de que este termómetro espiritual se refiere a la cuestión teológica/escatológica, pues de aplicarse a la credulidad a secas, el asunto se radicalizaría en dos bloques más equilibrados: los que se lo creen todo y los que no se creen nada. Si se pone el foco en los políticos, es obvio que el español ha dejado de creer en ellos, aunque acuda a la misa electoral cada cuatro años para refrendarlos. Pero cuando media el chantaje del miedo se lo cree todo: se vacuna en masa, se calza la mascarilla o arrambla con el papel higiénico y el aceite de girasol de los supermercados, con la misma fe de carbonero con que el creyente acudía a las Cruzadas. En lo que no repara el informe es en que la divinidad como providencia no ha pasado a mejor vida sino que ha cambiado de nombre: ahora se llama tecnología y acoge a todos, para quienes el fin del mundo, o el infierno, es la pérdida del móvil.