Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


Pico y pala

14/01/2021

Milagros Tolón recibió el domingo por la noche con la nieve por las rodillas en la Academia de Infantería a los militares que venían a Toledo para salvarla de Filomena. El temporal ha sido como un ciclón que durante tres días ha trepanado las cabezas y los tejados de la ciudad. Un mar blanco cubre estos días la urbe milenaria, preguntándose si alguna vez pasó por trance semejante. El jueves la nieve era alegría; el viernes, pesar; el sábado, un dolor insoportable. Cuando al mediodía dejó de nevar, sonó el Aleluya de Haendel en varios portales de la ciudad. Tres días con sus tres noches no fueron el diluvio de Noé, pero sí un acojone que ya empezaba a desesperar.
Los militares se pusieron a la orden, se cuadraron y unos fueron a descansar y otros a picar. Literal, pico y pala. Nadie me lo contó, yo mismo lo vi el lunes de madrugada. Camino a la radio, cinco y media, con el frío en el tuétano y el ombligo, los milicos se dispersaban por la ciudad acometiendo una tarea ingente. Sacar a Toledo, el mayor Casco Histórico de Europa, de su prisión de hielo. Nadie me lo contó, estos ojitos lo contemplaron. Mientras me cagaba por llegar vivo a la radio, dos patrullas en San Cristóbal retiraban el hielo como podían a diez grados bajo cero. ¡Viva el Ejército y la madre que lo parió!
Un buen amigo coloca en su estado de whatsapp esta reflexión como si fueran las tablas de la ley: «Temporal, llamamos al ejército; pandemia, llamamos al Ejército; vacunas, llamamos al Ejército; rescates, llamamos al Ejército; suministros, llamamos al Ejército; alimentación, llamamos al Ejército; presupuestos, no nos hace falta ningún Ejército». Espero que los Pablenin Moñoman se muerdan la lengua antes de hablar del Ejército. Pero como no leyeron a Gracián, porque siempre ojearon los mismos libros, no creo que alcancen al arte de la prudencia. Chavales jóvenes de veinte años dándolo todo por una ciudad que igual no vuelven a pisar. Por amor a su país, por amor a su patria, por amor a España. Eso mismo que algunos dicen que no existe.
Una amiga mía asegura que los soldados de la Iglesuela estaban buenorros. Qué menos; la forma se les supone, como el valor a los toreros. Toledo ha sido escenario de un cataclismo de dimensiones romanas o bíblicas. Lo siguiente no sabemos si será la plaga de langosta, aunque camino lleva. Me cuenta Nacho Hernando, consejero de Fomento, que las horas echadas por el equipo que él dirige son incontables. Se han dejado la piel los operarios de la Junta en abrir carreteras, acompañar eléctricas y llevar mantas a los camiones. Un veterano empresario que conoce el sector me habla también de las triquiñuelas de las eléctricas, que luego todo lo subcontratan. La subida del recibo de la luz es directamente proporcional al descaro de sus jefazos y quienes lo consienten. Los políticos de hoy son los consejeros de mañana, aunque no hayan visto un cable en su vida. Bueno, sí; el de los enchufes.
Filomena, el ruiseñor de San Juan de la Cruz y la metamorfosis de Ovidio, nos deja un panorama desolador, terrible. Toledo tardará meses en recuperar la fisonomía, pero el músculo hierve junto a la sangre. Por esta ciudad, que pasaron romanos, visigodos, árabes, príncipes, reyes y generales, pasa también la columna vertebral de España. Y España no deja a sus hijos, porque sus hijos no dejan a España. Aunque sea con pico y pala. Cuánto me acuerdo de mi padre, que vivió la posguerra, y siempre decía: «¡Hambre de quince días!». Pues eso.