Seguimos instalados en un difícil ejercicio de convivencia en que la situación que nos envuelve no cesa de marcarnos los límites de lo que podemos o no hacer. Es difícil convivir con la evidencia de que la pandemia nos sigue condicionando y dictando el día a día, y con la frialdad de unos datos y el drama que sigue mostrando cuán lejos estamos de una tan esperada como deseada normalidad. El pasado fin de semana el Ministerio de Sanidad ha reconocido más de doscientos fallecimientos cobrados por el coronavirus en España;  así mismo hemos visto coómo la pandemia ha superado la barrera de los novecientos fallecidos en nuestra provincia, apuntando ya directamente al millar que de sobra sabemos que se ha alcanzado extraoficialmente si contamos aquellos casos que no se han certificado oficialmente o han sido víctimas indirectas bien del virus o de sus secuelas en la atención sanitaria que inevitablemente ha acarreado la pandemia.
La situación es la que es por más que uno intente habituarse a convivir con ella, y menos mal que el éxito de la vacunación está siendo una realidad, muy por encima de augurios y escepticismos más o menos radicalizados o interesados. Si en agosto del pasado año, es decir hace justo un año, nos hubieran dicho que este verano ya tendríamos a una mayoría de la población española vacunada, cualquiera hubiera firmado. Incluso el hecho de que en menos de doce meses de pandemia de un virus novedoso y desconocido hasta ahora pudiera tener una respuesta científica para hacerle frente, era una dudosa aspiración hasta hace muy poco. El logro de la comunidad científica es hoy por hoy la única realidad indudable de esta situación.