Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Es bueno ser rey

24/07/2020

Recuerdo una película de Mel Brooks titulada La loca historia del mundo en la que se recreaban distintas páginas de la Historia en clave de humor. El capítulo dedicado a la Revolución francesa muestra al rey Luis XVI empleando su poder de forma despótica y arbitraria. Este rey no solo se cree con derecho de cepillarse a cualquier moza que se le antoje y de apropiarse de lo que le venga en gana, sino que practica un deporte llamado «el tiro al pobre», consistente en dispararles a unos cuantos desgraciados que son lanzados por los aires. Una vez cometida la barrabasada, y sabiéndose impune, el monarca mira a la cámara, sonríe y proclama: «Es bueno ser rey». No me digan que no les resulta familiar (cambiando el «tiro al pobre» por el «tiro al elefante», claro). Es cierto que Luis XVI no le trajo la democracia a su pueblo ni frustró un golpe de Estado, como se nos ha enseñado que hizo nuestro rey emérito. Con todo, lo que el populacho de este reino no acaba de comprender es que los méritos de este señor sean tantos como para colocarlo más allá de la ley y de la acción de la justicia. Ley y justicia parecen conceptos que el emérito no es capaz de abarcar con su augusta sesera, tal vez porque para él son cosas que, de puro abstractas, rozan la inexistencia. Cualquier libro de Historia sitúa en la Revolución francesa la culminación del proceso que dio lugar a los estados modernos. Por desgracia, hubo lacras que ni la guillotina logró erradicar, y la institución monárquica puede que sea una de las más duraderas y perniciosas. Es como tener en casa un pariente gorrón que vive a tu costa, solo que mucho mejor que tú, y del que resulta imposible deshacerse. Un arreglo injusto donde los haya, porque el único beneficiado es él. Y es que ya lo dijo Luis XVI: «Es bueno ser rey».