Antonio García

Antonio García


Patricia Highsmith

04/01/2021

Este enero Patricia Highsmith cumple cien años y en una época en que tiende a confundirse vida con obra está uno a la expectativa del tratamiento que va a adjudicarse a esta eximia escritora pero impresentable ciudadana, si se le ninguneará por sus maldades o se le aceptarán por su condición de mujer, dado que los revisionismos actuales solo operan con los varones. Porque hay que decir que Highsmith fue lo que hoy llamaríamos una persona tóxica, cruel en su trato con semejantes, que según se relata en la biografía de Joan Schenkar, se carcajeaba mientras escribía sus relatos más truculentos o encontraba divertida la foto de unos niños en un campo de concentración. La publicación de sus diarios, que habrán de ser expurgados para evitar ofensas o acompañarse de una advertencia preliminar como Lo que el viento se llevó, corroborará esta imagen de misantropía, imposible de asumir en nuestros tiempos rectilíneos. Va a ser difícil que ninguna bandería -empezando por el feminismo- se anime a atraerla a su partido, porque Highsmith, radicalmente independiente, abominaba de todos, aunque no dejaba de sentir sienta debilidad hacia los travestís y los caracoles. Su obra es apenas un esbozo suavizado de esta personalidad retorcida, y habría que remontarse muy atrás, hasta Poe o Dostoievski, para encontrar una literatura tan desazonante, dirigida a las tripas del lector antes que a su inteligencia. Una experiencia física de vapuleamiento. Mito de mi juventud -cuando desconocía el sustrato biográfico del que habían brotado tan apabullantes ficciones- lo sigue siendo en mi vejez con mayor motivo.

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