Javier López-Galiacho

Javier López-Galiacho


La concordia es posible

06/12/2022

Adolfo Suárez Illana, yerno de ese gran señor de La Mancha que es Samuel Flores, se ha despedido de la política con vergüenza torera. La pasada semana se cortó la coleta en Las Ventas de la democracia española que es el Congreso. Aunque últimamente se parece más a una plaza de talanqueras de pueblo. La presidenta Batet tributó a Adolfo un sentido panegírico con el tendido de los diputados ovacionándolo. Como buen torero, Suárez ha elegido el momento perfecto para decir, como El Guerra en su despedida, ahí os quedáis. Adolfo es hijo del mejor presidente de Gobierno, junto a Cánovas, que ha tenido España. Cuando Suárez murió, me eché a la calle, como miles de madrileños, para darle las gracias. Y ante el féretro de su padre, aquel 25 de marzo de 2014 me abracé a su hijo. Fui suarista desde muy joven, pues ya en las elecciones del 1977, siendo un chiquillo, repartí propaganda de su UCD por el barrio albaceteño de Carretas. Hoy impensable. Desde el hemiciclo del Cielo, Suárez padre estará orgulloso de la elegante despedida de su hijo. Una magnifica viñeta del gran Puebla en ABC retrata esa dignidad en el adiós, dibujando a Suárez Illana, muleta y espada en mano, bajando, con vergüenza torera, los escalones de la puerta grande del Congreso. De esta legislatura, embarrada, zafia, me quedaré con la imagen de Adolfo dándole la espalda a la portavoz de Bildu. Con la voz quebrada al recordar a las 2.000 víctimas de ETA, Adolfo argumentó que había aplicado el sabio consejo de su padre: «Hijo, acostúmbrate a vivir con la excrecencia, pero no te confundas con ella». La marcha de Adolfo representa la salida definitiva de la Transición de la política española. Políticos como él no tienen ya cabida en este Congreso donde las palabras se lanzan como balas y el diálogo se desconoce. Estoy seguro de que Suárez Illana, allá donde vaya, seguirá trabajando por hacer posible la concordia entre los españoles, ese lema que presidió la acción política de su padre. Hoy más que nunca, y en este día de la Constitución de 1978, hay que revindicar el espíritu de entendimiento que la hizo posible y el estilo político que encarnó Suárez Illana.