Si uno se detiene a estudiar siquiera someramente la situación de la política internacional, entiende que todas las grandes potencias están constreñidas por la misma realidad. Hay quienes se empeñan en comparar el momento que viven las políticas de los grandes países de  Oriente y Occidente, con el que vivían esos mismos países antes de estallar la Segunda Guerra Mundial del pasado Siglo XX.
Craso error, puesto que ahora, tanto el bloque que lideran los Estados Unidos de América como el que encabezan La Unión Soviética  y la nueva gran potencia en que se ha convertido China, se mueven por motivaciones, situaciones, fines y aspiraciones muy distintas a las que llevaron a Rusia, Estados Unidos e  Inglaterra a la conflagración que sumergió al mundo occidental en la Segunda Guerra Mundial. Entonces se  trataba de salir al paso del nazismo de la Alemania de Hitler y del fascismo de la Italia de Mussolini.
Ahora, sin  embargo, las políticas internacionales van por otros derroteros y las naciones que acabaron con el peligro nazi y el fascismo mussoliniano se han pasado cerca de otro siglo enseñándose las uñas pero sin llegar al intento de zarpazo, sabedores de que las circunstancias actuales son muy otras. Ahora subyace en la política de todos los países la economía pura y dura, así como el nacimiento de otra gran potencia como la China comunista, que reclama también un lugar de privilegio en el concierto de las naciones con facultad de liderazgo internacional.
Y la China actual es un arcano que complica en gran manera el liderazgo occidental de los Estados Unidos, pese a los organismos internacionales surgidos tras la Segunda Guerra Mundial, como armas preventivas de la repetición de la Historia.