Hace poco fueron las obras de Roald Dahl las que centraron la actualidad literaria, y ahora son las de Ian Fleming. A las de Dahl pretendieron escamotearle las adjetivaciones denigratorias de gordo o feo, y ante la polémica originada se optó por una decisión salomónica: novelas en doble formato, el original y el expurgado, dando al lector la posibilidad de elegir y haciendo de paso doble caja, pues más de uno querrá hacerse con las dos versiones, por comparar. A Ian Fleming le quitarán las alusiones racistas poniendo black person donde Fleming escribe nigger. Añádase a esto otro fenómeno actual: el de la contextualización, que deja la obra tal cual pero le añade una advertencia de que el contenido puede ofender ciertas inteligencias. No solo películas, como Lo que el viento se llevó: en una edición reciente de Chesterton, la contraportada adjunta esta inquietante -e ilegible- aclaración: «Este libro es producto de su tiempo y no refleja necesariamente el pensamiento de la actualidad, el cual ha evolucionado, como lo haría si se hubiese escrito en la actualidad». Es un retorno a tiempos bien conocidos por los españoles: aquellos en que se despachaban dobles versiones de películas: la oficial, para el mundo civilizado, y la española, tijereteada para eliminarle los desnudos; aquellos en que, ya llegadas las libertades, había que colocar un sello admonitorio en libros y películas. Lo alarmante es que si esa censura solo era aplicable a dictaduras como la nuestra, la de ahora es universal y no hay obra que no se someta a una actualización, que es otro nombre de censura. Subyace aquí la estrategia de infantilizar al receptor, decidiendo por él lo que es bueno o malo, y una vez despojado de su criterio, poderlo gobernar más a gusto.