La violencia contra la mujer es una alarmante grieta en la edificación de una sociedad igualitaria como la que pretendemos alcanzar y que durante el año recién terminado ha sufrido una peligrosa evolución. Un año que jalonado por un diciembre horribilis y que hace que este inicio de 2023 esté bajo el terrible peso del medio centenar de mujeres muertas solo por el hecho de ser mujeres víctimas de un machismo agresivo y posesivo que les convierte, así lo creen ellos, en poseedores de la vida de sus parejas. Algo está fallando, por desgracia, en nuestra sociedad y los datos así lo demuestran de manera tozuda y dolorosa.
Es evidente que estamos ante un problema político, aunque en absoluto sean los políticos los únicos en tener responsabilidad de esas grietas que la sociedad muestra y por las que se escapa la vida de tantas mujeres vejadas y maltratadas. En más de la mitad de los casos que se han contabilizado de mujeres muertas por sus parejas formales o circunstanciales en este pasado año había denuncias previas que no han servido para salvarlas de sus potenciales asesinos, lo cual centraliza el foco en la gestión de esos casos y la acción sobre ellos de los responsables judiciales y policiales que tenían en sus manos la aplicación de las correspondientes medidas de seguimiento a maltratadores y a sus víctimas. Pero está claro que en cada uno de esos casos algo ha fallado y las grietas detectadas en su momento no fueron suficientes para evitar el derrumbe. Las medidas judiciales y policiales y su aplicación, así como la educación en igualdad de los más jóvenes, son la única forma de abordar las grietas que nos delatan la gravedad del problema.