Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Descampados de memoria

05/12/2020

Mondadori publicaba en 1988 un ensayo de acedía de Eugenio Trías. Era una edición de tapa blanda en papel deficiente y letra apretada. Un verdadero libro de bolsillo -aquella formidable instructa de llevar un libro siempre a mano- que titulaba La memoria perdida de las cosas-. Yo siempre he creído que la memoria es litigiosa y que en la moral pública los hechos del presente permiten una lectura de las cosas pasadas que asientan la teleología de lo que entonces parecía un trazo románico y hoy ha mudado a un gótico clásico. El Nuevo Testamento es la forma última que acrece al Antiguo Testamento; desde la Carta a los romanos de San Pablo (una catedral moral y literaria) uno puede viajar por el Pentateuco con mayor madurez; la ley mosaica remanece a cada instante del sinóptico: todo se enriquece y colma. En la vida pública hay una tentativa (y hasta directriz) por hacer desmemoria de nuestra Constitución -a pesar del patriotismo de Felipe González; nunca un hombre solo hizo (y hace y hará) tanto por la memoria común y en proscribir la pérdida-. Eugenio Trías, hablando de las memorias, cita el extremo límite, que llega a formar «deshechos de comunidades trituradas o a punto de triturar, descosidos de experiencia, ruinas de monumentos y tradiciones, descampados de memoria y poblaciones de derribo». Las festividades nacionales (y la de mañana pretende que la memoria jamás se pierda) son como nuestro familiar libro de bolsillo, de consulta permanente, y sus tapas blandas nos confortan y vivifica nuestro pasado (que entonces era incierto) a fuerza de reivindicar nuestro presente como un trasunto del pacto celebrado. En esto pasa como en los testamentos, nada es la memoria presente sin acopiarla para revisitar la Constitución y hacerla más grande, procurándole al trazo del ayer un dibujo de firmeza. Hay una sensación de tristeza y acedía, como un cansancio del pacto antiguo, desheredados de un gran legado. Nietzsche habla del hombre como animal desmemoriado, poseído por la fuerza del olvido, quizá para quebrar la voluntad de enlazar el ayer de la palabra empeñada con el hoy o el mañana del cumplimiento de la promesa. No a los descampados de la memoria.