Tal parece que nuestros gobernantes actuales quisieran que el país retornara a los tiempos del «¿Rascayú, cuando mueras que harás tú?», de «La pertinaz sequía» y del «Centinela de Occidente». No dan una en el blanco. Sólo aciertan cuando se equivocan. Pedro Sánchez está gobernando todavía -es un decir- con los presupuestos de Montoro, y pretende aprobar los nuevos con el apoyo del partido que ningunea y no ceja en desprestigiar en cualquier ocasión o circunstancia. Simultáneamente, busca congraciarse con el separatismo catalán, tratando de aliviar la situación penal de los cabecillas del intento de independencia que puso el país patas arriba hace apenas un año. 
El bueno de don Pedro debe creer que ser de derechas equivale a ser tonto del haba. Pero Casado se lava las manos como Pilatos y responde a su solicitud de ayuda, que cualquier acuerdo para poner al día la Justicia y la situación presupuestaria de su Gobierno, pasa por deshacerse de su socio Pablo Iglesias, que no pierde ocasión de atacar a la Monarquía y al Rey, de mostrarse partidario de subir los impuestos -en una situación económica tan crítica como la que vive el país-, y de repetir que hay que seguir pactando con los filoetarras y los partidos independentistas catalanes. Uno tiene la impresión de que estamos en manos de dos gobiernos o de un auténtico desgobierno, que es mucho peor. 
El país, preocupado con la situación sanitaria que tenemos encima, preocupación agravada por la inminencia del año escolar, con el Covid-19 agazapado y amenazando a nuestros hijos y nietos, y el infrascrito pugnando por asegurarse la permanencia en el machito el mayor tiempo posible, a costa de lo que sea. Si eso no es ser víctima de una empanada mental que venga Dios y lo vea...