Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


La divina providencia

10/07/2020

El curso escolar, como muchos suponíamos, se ha cerrado con los alumnos contentos y los docentes cabreados. Los chicos tan felices porque por fin concluyó la pesadilla de toparse con sus profes cada vez que encendían el ordenador, como si estos se hubieran convertido en virus informáticos. Encima, el número de suspensos ha sido irrisorio, y el de repetidores casi inexistente, por lo que podemos decir que el coronavirus ha solucionado de un plumazo el problema del fracaso escolar. Pero ese mismo fenómeno es una de las cosas que más irritan a los profesores, quienes han visto a todos sus alumnos convertidos en estudiantes brillantes de la noche a la mañana, y no por méritos propios, sino gracias a una serie de decisiones adoptadas desde los despachos, que están tan alejados de las aulas como del planeta Marte. Aunque, bien mirado, todos hemos estado alejados de las aulas desde mediados de marzo, lo que ha convertido esos lugares tan denostados en espacios anhelados e idílicos, tal es el poder de la nostalgia. De forma previsible, esta idealización del aula concluirá en septiembre, cuando nos veamos obligados a regresar a la trinchera sin que la administración educativa haya adoptado medidas reales para evitar que los rebrotes de la Covid-19 se ensañen con el personal de los colegios e institutos. Eso por no mencionar que nada se está haciendo para dotar a los profesores de herramientas que permitan organizar una enseñanza telemática eficaz en caso de que los colegios se clausuren de nuevo. La administración educativa, en fin, ha puesto a sus trabajadores en manos de la divina providencia. Con su desprecio por los protocolos sanitarios y su ineptitud para planificar el nuevo curso, los mismos que pretenden que la enseñanza presencial continúe a toda costa parecen incapaces de aprender nada de nada.