Antonio García

Antonio García


El grito

19/04/2021

De acuerdo con los estudios de Sascha Frühholz, investigador de Psicología Cognitiva y Neurociencia Afectiva de la Universidad de Zúrich (Suiza), la especie humana es de lejos -y de cerca- la más gritona. El estudio merecería uno de esos premios nobel alternativos, no por lo absurdo sino por lo obvio, aunque hay que reconocerles el mérito a los suizos por haber arriesgado sus tímpanos en aras de la ciencia. Para alcanzar tan inobjetables conclusiones han puesto a gritar a una docena de voluntarios, cuyos chillidos, monitorizados en imágenes de resonancia magnética, presentaban una gama de variaciones desconocida en el mundo animal. En efecto, mientras los animales recurren exclusivamente al grito como medio primario para expresar alarmas, el humano no necesita excusa alguna, o le vale cualquiera, para ponerse a gritar: gritamos para expresar miedo, dolor, rabia, tristeza, alegría o placer y a veces simplemente para hacernos oír, sin contar con que las modulaciones en algunos individuos son un puro grito. En este apasionante informe se echa de menos un ránking por países, en el que sin duda los españoles hubiéramos alcanzado el primer puesto, compensando nuestro farolillo rojo en otras disciplinas. A los suizos quizá les hubiera bastado hacer un recorrido por bares españoles o asistir a una de nuestras tertulias televisivas para llegar a las mismas deducciones, ahorrando un tiempo y dinero que estarían mejor empleados en otros menesteres prioritarios. El inconveniente de estos estudios es que se limitan a consignar el dato sin aportar el remedio a la evidencia: que gritamos mucho ya lo sabemos; lo que hace falta es saber si existe alguna vacuna (aunque sea tan defectuosa como la AstraZeneca) para bajar nuestro nivel de decibelios.