20 años de control absoluto

M.R.Y. (SPC)
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La dimisión sorpresa de Yeltsin en la Nochevieja de 1999 abrió la puerta a un Putin que no ha abandonado el poder desde entonces

20 años de control absoluto Foto: YURI KOCHETKOV

Rusia recibió el año 2000 entre la sorpresa, la incredulidad y la incertidumbre. La noche del 31 de diciembre de 1999, el entonces presidente del país, Boris Yeltsin, se dirigía a la población en el tradicional discurso televisado de Año Nuevo con un inesperado anuncio: su renuncia y la asunción de su cargo por parte del primer ministro, Vladimir Putin -nombrado apenas cuatro meses antes, en agosto, y casi un desconocido en la nación-.
Fue una despedida por todo lo alto. Y un nombramiento del mismo nivel. Yeltsin pidió perdón por los errores que, reconoció, haber cometido en sus ocho años de Gobierno y aseguró que Rusia necesitaba entrar en el nuevo siglo con «nuevos líderes políticos». 
El aire fresco vendría de la mano de Putin, quien, desde entonces, no se ha apartado del poder y ha reubicado a Rusia en el mapa de la política mundial.
Su despegue fue meteórico. Cuando se convirtió en el número dos del Ejecutivo, el premier contaba con un 31 por ciento de aprobación ciudadana. Apenas cinco meses después, ya como presidente del país más grande del mundo, su popularidad ascendía al 84 por ciento.
Los rusos aceptaron con ilusión la llegada del exagente del Servicio Secreto al Kremlin, ratificándole en el cargo en las elecciones de marzo de 2000. Y este no les decepcionó, adoptando un amplio paquete de reformas internas, con recortes de impuestos, expansión de los derechos y ayudas para paliar la pobreza que ayudaron para que se diese un paso definitivo para cerrar la era soviética, a pesar de que la URSS había desaparecido nueve años antes.
Pero, sobre todo, Putin supo recolocar a Rusia en el tablero geopolítico después de una década apartada del panorama internacional tras la caída del telón de acero. 
Después de un período dedicado a mejorar la vida del país, en febrero de 2007, un discurso en Múnich cambiaría la posición de Moscú hacia el resto del planeta. Fue en su intervención en la Conferencia de Seguridad. Apenas 15 minutos de un discurso histórico, según muchos analistas.
El presidente cuestionó la existencia de un «mundo unipolar» en el que Estados Unidos y Europa eran las principales voces. Por eso, condenó firmemente los esfuerzos de EEUU por evitar un panorama «multipolar», criticó el acercamiento de la OTAN hacia las fronteras de Rusia, llamó a la paciencia en la cuestión del programa nuclear iraní y avisó de que «solo la ONU» puede autorizar el uso de la fuerza para resolver los conflictos.
Ese mensaje, considerado por muchos como «un jarro de agua fría» sobre los dirigentes occidentales, dejó claras las intenciones de un hombre que ya se había hecho con el control absoluto de su país y no pensaba seguir otras directrices que no fueran las propias, marcando la política exterior y su relación con el resto del mundo.
En la nación exsoviética, su órdago a la comunidad internacional fue celebrado y, aunque no pudo presentarse a las elecciones del año siguiente -entre 2008 y 2012 fue primer ministro, al no estar permitido gobernar durante más de dos legislaturas consecutivas-, siguió controlando los mandos del Kremlin, al que regresó en 2012.
Mientras ha ido consolidando su figura en el exterior, en casa su imagen se ha visto cuestionada, con críticas sobre su censura a la oposición, la represión sobre sus detractores y acusaciones de querer perpetuarse en el poder.

Futuro incierto

De hecho, según la Constitución, nuevamente Putin estará vetado para concurrir a unas presidenciales. En 2024 concluye su segunda legislatura consecutiva y el país podría quedarse huérfano del que ha sido su hombre fuerte, el que ha plantado cara a Occidente -llegando, según algunas informaciones, a confeccionar los Gobiernos de las principales potencias mundiales a través de una injerencia en sus comicios-.
Sin embargo, los analistas políticos aseguran que, aunque queden más de cuatro años por delante, el mandatario y su entorno buscan una manera de no ceder el control, pues el propio dirigente considera que tiene «una misión histórica» que llevar a cabo todavía.
Por eso, cuando es preguntado sobre cuáles son sus intenciones sobre una posible jubilación, esquiva las balas. Entre las opciones está repetir como primer ministro durante cuatro años -como ya hizo entre 2008 y 2012-, designar a un sucesor -como ya hizo Yeltsin-, apartarse de la política o cambiar la legislación para poder perpetuarse en un cargo del que toda una generación no concibe que ocupe otra persona.

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