La lata derriba la puerta del vidrio en el mundo del vino

d. m.
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El uso de este envase se dispara en el gran mercado estadounidense y se convierte en una oportunidad para los productores del vino a granel de llegar a un público más joven y desenfadado

La lata derriba la puerta del vidrio en el mundo del vino

d. m. / ámsterdam
La botella de vidrio siempre ha hipnotizado y condicionado al consumidor de vino, al menos, al tradicional. El envase y el diseño de la etiqueta han formado parte de la elección de la compra de una marca, así como, las campañas de marketing por atraer a un público con cierto poder adquisitivo. Es tan así que, en España, el consumo del vino, muy por debajo de la media europea y mundial, siempre se ha escorado a un grupo de mediana edad y a circunstancias y momentos concretos en torno a una gastronomía de mesa y mantel. De ahí que cualquier envase que no sea de vidrio esté asociado a un tema de calidad. 
Sin embargo, las tendencias cambian, no muy deprisa en nuestro país, pero sí para que los productores y elaboradores de la región empiecen a mirar con cierto interés fenómenos como el vino en lata. Desde hace unos años, Estados Unidos ha experimentado un auge de consumo de vino en lata nada despreciable. Aunque su producción es aún residual, los crecimientos en valor de casi el 70% y del 49% en volumen, según la consultora Nielsen, han despertado el interés del sector. 
Para la sumiller del Mesón Octavio, Belén García, la lata puede ser una forma de «involucrar más a un público más joven». «Es, sin duda, más accesible e inclusivo y encaja más con un estilo de vida sin complicaciones y que se mueve por tendencias» apunta García, que recuerda cómo hace unos años, Reino Unido y Estados Unidos comenzaron a pedir y usar el tapón de rosca además del corcho sintético y el vino «no pierden en absoluto sus características organolépticas». La sumiller con un sol Repsol en su restaurante entiende que los bodegueros sean más reacios a este tipo de formatos pero aclara que la elaboración del vino y su calidad deben mantenerse, puesto que los grandes enemigos del producto siguen siendo «el aire y la luz» y eso, la lata de aluminio «lo consigue».
La XI edición de la World Bulk Wine Exhibition acogió el pasado lunes la conferencia The World is Canning (en español, El mundo enlatado) en el seminario The Art of Blending Wine donde participaron los profesionales Ana Diogo-Draper, enóloga de Vineyards & Winery; Robert L. Williams Jr., fundador de WICresearch.com; y Deborah Parker-Wong, editora de The SOMM Journal. Allí se coincidió en que esta tendencia alcista puede marcar un antes y después en la forma en la que los jóvenes se inician en el consumo moderado del vino. 
Así lo ha entendido la bodega albaceteña Bodegas Ibañesas, donde han apostado por este formato que busca conectar con el consumidor joven que prefiere vinos «más frescos, más ecológicos y orgánicos» y «el feedback de nuestros primeros clientes, en especial en Asia, es muy bueno», confiesa Fernando García. El vino que se introduce en la lata «no es el mismo que el de botella», aclara. «Es más especial para aguantar la conservación y las características típicas de cada variedad», añaden desde la firma albaceteña.
Es aventurado predecir que en regiones como Castilla-La Mancha el vino enlatado tenga numerosos adeptos debido a que el vidrio se comporta mejor en las condiciones climatológicas de la región. Además, hay quien puede tener dudas de cómo puede evolucionar el vino en un envase de aluminio. Sin embargo, la irrupción de los millenials, con niveles de consumo alto, y la comodidad que representa la lata en el transporte para consumo en conciertos, festivales y eventos similares abre un nuevo mercado nada despreciable. 
«Está pensado para eventos informales. Una de sus ventajas es que se reduce el tiempo de enfriamiento, al igual que ocurre con la cerveza», apuntan desde Bodegas Ibañesas, puesto que el «material ayuda y el formato, más pequeño, aproximado al tercio». Donde no se impondría, evidentemente, es en los restaurantes, donde al consumo del vino va asociado «a un arte y a un encanto desde el descorche de la botella hasta la forma de servirlo en la copa adecuada que choca con el click de la lata. Ahí no lo veo», zanja Belén García.

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