Enrique Belda

LOS POLÍTICOS SOMOS NOSOTROS

Enrique Belda


Europa y su buena conciencia

14/12/2021

Siempre he preferido a la gente que está alerta y las ve venir, antes que a los mansos y sonrientes pasotas que confían absolutamente en la bondad del universo, y glosan el candor de almas, pajaritos y todo ese rollo. Si este carácter se trasladara al orden mundial, desde 1945 Europa intenta por todos los medios asumir esos rasgos. No se nos caen de la boca los derechos humanos, la democracia y la paz, pero esperamos que una especie de orden cósmico nos la traiga a nosotros e ilumine al resto del planeta en esta dirección, en tanto hacemos marchas y concentraciones que concluimos en una amigable reunión regada con buenos vinos y aperitivos. Si esas viandas son ecológicas y comprometidas con un consumo responsable, nos dejan aún la conciencia más tranquila. Y así sucede: hasta que el trabajo sucio lo hacen otros, apelamos a todo tipo de argumentos para no actuar. Las crisis en Afganistán, Siria, Libia, y en poco tiempo Bielorrusia, serán ejemplos, que terminarán cuando rusos, americanos y el mundo árabe se ensucien por nosotros las manos. Entretanto condenaremos a los gobernantes de medio pelo de los países del Este, reconvertidos en democracias, y lloraremos las imágenes de niños en naufragios y alambradas. No me extraña: en los años noventa del pasado siglo, serbios, croatas y bosnios se mataron hasta llegar al millón de víctimas, a un par de horas en coche de Viena o Venecia, y una vez más, fueron los terribles y violentos norteamericanos los que impulsaron una intervención internacional en serio para parar el genocidio. En la crisis de Siria, asumimos el papel de plañideras del entierro, que a la vez discuten entre ellas para no socorrer a los huérfanos.
En fin, no sé si calificarlo de buenismo, o simple estupidez, pero es un hecho que la cultura de compromiso que trasladamos a las generaciones que estamos formando, y que hemos logrado sea una mezcla entre el humanismo cristiano y el ánimo socializante, ha dejado fuera la cruda realidad de la naturaleza humana y la asunción de la triste verdad del necesario empleo de la fuerza y la contundencia en la defensa de los más débiles, que no pueden esperar el advenimiento del bien con la comodidad con la que nosotros lo hacemos. En eso, otras culturas, como la anglosajona, la judía, la musulmana, o la rusa, nos llevan la delantera. Aquellos que necesitan ayuda por guerra y hambre no se ven protegidos solo por manifestaciones, vigilias por la paz o conferencias de Jefes de Estado y Gobierno: demandan de un aparato militar dispuesto a intervenir con carácter preventivo contra los provocadores de miseria y muerte, y que toda la sociedad traslade, cuando ya la catástrofe es un hecho, sus buenas intenciones a la práctica. Nosotros somos más de hacer paquetes de comida para la Cruz Roja.