Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Rescoldar

08/01/2022

El mundo da la bienvenida al nuevo año con contagios masivos y signos de esperanza. Son titulares adustos, secos y fríos -y por ello acopian mucha verdad-. Signos de esperanza -«salutación, signo en toda carta mía», escribe Pablo. Cuánto tiempo ha pasado para que en la vida grupal se haga presente la virtud de la esperanza confiando en las promesas y reclinándonos en los auxilios de la gracia; cuánto dolor ha proveído la pandemia en estos años, alimentados de esperanzas vanas; cuánto derrumbe y abatimiento; cuánto temor parece que hoy ameritado por la ciencia -de ahí la esperanza en dejar atrás el horror y mudarlo a un antigripal de estación y cuanto antes cotidiano.
En la opinión los hay muchos que llaman a la prudencia y el seguimiento al nuevo sacerdocio apaga el ánimo o lo vivifica según qué médicos nos hablen -y aquí se espigan los de decidido discurso y hasta los de dogmática farmacopea. La esperanza como tal conlleva presentar defensa frente a los descreídos que, no contentos con su paganismo, se dedican a socavar a los esperanzados -esto en política se llamó derrotismo- que han de responder con «mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros». En este aserto de San Pedro puede hallarse una formidable alegoría de nuestro tiempo -el signo de esperanza va más allá de la ciencia y nace en el más acá- que huye del entusiasmo descompuesto y pueril. Precisamos de esperanza -signos a la par que el contagio masivo- que es algo más que las vacunas, ni en política ni en ciencia es asumible la luz sin color, la luz secundaria, reflejo de un mundo muerto; Chesterton, al hablar de aquélla luz, apuesta por «un instinto más inculto y travieso» -y esa poca nuestra cultura científica, de manera instintiva, hoy ya, anhela alguna travesura bondadosa -hemos asistido en este oleaje a demasiados juegos de manos y hemos sido disciplinados por el bien común y el propio- traducida en la alegría del vivir, no ha de bastarnos con «la luz del día ordinario» de Wordsworth. Quiero decir con ello que la gran mayoría de la gente, con independencia de su color político o religioso, más allá de la propensión al disfavor, está por rescoldar y atizar la lumbre -saldremos de la pandemia, sin duda; y creo que saldremos mejores.