Aznar reaparece y el PP cruje

Carlos Dávila
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Al fiasco del 14-F y la presión de Vox, el partido suma ahora el protagonismo del expresidente en el aniversario de su victoria

José María Aznar (i) y Pablo Casado, esta semana en el coloquio ‘España, Constitución y libertad. 1996-2004, un análisis’, celebrado en Madrid. - Foto: FERNANDO VILLAR

De entrada: he preguntado en la actual dirección del Partido Popular si es cierto que trama una estrategia para prescindir de Mañueco, el presidente de Castilla-León, antes incluso de las próximas elecciones autonómicas. La respuesta ha sido esta: «Falso de toda falsedad». He seguido preguntando: «Entonces, ¿quién ha engordado esa especie?» Transcribo la contestación, también literal: «No encontramos otra explicación que esta: forma parte de una maniobra generalizada tendente a socavar las opciones como alternativa del PP a Sánchez?». Réplica con olor a oficialismo. Debo reconocer, sin embargo -y no tengo más remedio que escribir en primera persona- que los desmentidos de los políticos gozan para mí de un crédito descriptible. Tomarlos como dogma de fe es, por lo menos, una estupidez seráfica, más aún cuando los rumores tienen algún viso de realidad. En el caso de Mañueco -hay que recordarlo- existió en principio una discrepancia entre Casado y él mismo como apoyatura que fue de la candidata a presidir el partido, Soraya Sáenz de Santamaría. Tras ese inicio relevante, es cierto que la dirección actual del PP ha recelado siempre de los grupos personales que aparecen como una fuerza política más o menos autónoma; por ejemplo, del trío Feijó, Moreno Bonilla y el propio Mañueco. Sin embargo, tengo que afirmar esto: nunca, en ningún momento, nadie me ha transmitido en el PP el menor recelo sobre el presidente de esta región.

He empezado esta crónica con toda esta mención porque, según parece, puede ser uno de los elementos que ahora mismo conturban, tras el fracaso de Cataluña, la vida política del principal partido de la oposición. Al fiasco de las últimas elecciones, a la presión de Vox como formación que aprieta diariamente los gobiernos de Andalucía, Madrid o Castilla-León, se ha sumado, con toda consciencia desde luego, la reaparición pública de José María Aznar en el vigésimoquinto aniversario de su victoria el 3 de marzo de 1996. Un Aznar que hace años no concedía entrevista alguna y que ahora se ha confiado a un canal que no es precisamente un aliado del centroderecha español. 

El rumor que ha recorrido Madrid estos días pasados es que Aznar pactó las condiciones de la entrevista con los directivos del grupo al que pertenece esa televisión. Entre otras exigencias planteó y obtuvo que la grabación se emitiera íntegra, sin edición posterior alguna. Aznar pudo saber que al presidente de Galicia, Núñez Feijóo, Jordi Évole o sus jefes se la jugaron de mala manera: grabaron durante cuatro horas y después compusieron la entrevista a su modo y manera. Aznar se cuidó mucho de que eso no le sucediera a él. Hombre precavido.

Por tanto, todo lo que dijo es lo que dijo y cómo lo dijo. Sin trampa, cartón o aditamentos posteriores. Manifestó que dejó un partido unido en el 2004, que nunca había recibido sobresueldo alguno, aclaró que solo ponía la mano en el fuego por él mismo, deploró una corrupción que -aseguró- «me resulta ajena» y no pidió en momento alguno que el entrevistador le preguntara por su positiva obra al frente del Gobierno de la Nación. Antes incluso de que la entrevista se ofreciera en su totalidad, los extractos adelantados por el canal ya produjeron las primeras convulsiones en el PP, partido del que Aznar es aún militante, aunque, según insistía en los tiempos del mandato de Rajoy, «únicamente militante pasivo». Es decir, nula relación con sus dirigentes. 

Tras la emisión se consumaron las cábalas sobre el «a qué ha venido esto» y, sobre todo, menudearon las reacciones domésticas a las afirmaciones del expresidente del partido. Algunas de estas reacciones francamente agresivas, por ejemplo, la de un ministro que fue de Aznar y qué se manifestó así ante este cronista: «¿Cómo que dejó un partido unido? ¿quién lo dividió apostando por un papel protagonista en la Guerra de Irak? ¿de qué estamos hablando, quizá de su gobernación autoritaria que nos dejaba a los demás fuera de juego, sin capacidad de opinión propia?».

Ya se ve cómo este exdirigente y otros muchos más respiran por la herida de un supuesto sometimiento a las decisiones de Aznar que, curiosamente, nunca denunciaron cuando estaban a su lado. Otro de los pasajes que ha hecho crujir las estructuras del PP es ese, a medio camino entre lo serio y chusco, en el que el expresidente se hizo el longuis separándose de los años de la corrupción que en nada -fue su afirmación- le rozaban a él: «Yo nunca -recalcó hasta en dos ocasiones- he cobrado sobresueldos». Era tanto como volcar sobre el resto del personal una imputación que ahora mismo grava la propia trayectoria del partido que él refundó en 1989. 

En un momento plagado de un cierto sarcasmo, Aznar reveló que el delincuente Correa, el promotor de la Gürtel, había sido invitado a la boda de su hija ¡por el novio!, o sea por Alejandro Agag, que pasó un tiempo importante con Aznar como asistente personal, el mismo puesto que también ocupó en una época el propio Pablo Casado. Lo cierto es que hay una historia inédita sobre las reuniones dominicales en las que Correa citaba en su mansión de la madrileña Somosagüas a influyentes empresarios e inversores que dejaban su óbolo a cambio de mil favores de toda índole. Resulta sorprendente que de esto (de lo que podríamos ofrecer más detalles concretos) no se enterara el presidente del partido, José María Aznar.

 

Tiro por la culata

Su reaparición no ha servido ni para festejar el aniversario de un gran presidente del Gobierno, que eso nadie lo puede dudar (o, ¿es que olvidamos que España en bancarrota recibió y que España en enorme despliegue económico dejó?) ni ha valido tampoco par aminorar las tensiones que efectivamente existen en el PP. Casado -hay que decirlo así- bastante hace para aliviar las inquietudes políticas que se han desatado tras el sorpasso de Vox en Cataluña, y bastante hace también para edificar una oposición a un Gobierno social leninista que está dejando al país en la quiebra moral, social, política y económica. 

En España suele acaecer que cuando más se necesita una derecha liberal, aún más que conservadora, para hacer frente al desastre, trufado de escándalos que se tapan y se destapan y no ocurre nada, esta derecha se dedica a propinarse mamporrazos. El de Aznar no ha sido el menos suave. «¿Derecha desunida ahora?» me dice un exministro sugestivamente: «Pero quién ha venido alabando primero el papel del ya desaparecido Rivera y ahora el de su antiguo subordinado Abascal?». Lo dicho: lo que ha podido ser un festejo, el triunfo de hace 25, años se ha transformando en un intenso dolor de muelas, en un crujido para este PP que, a trancas y barrancas, quiere ser alternativa a la hecatombe mentirosa de Pedro Sánchez.