«Manos Unidas se centra en empoderar a los desfavorecidos»

MCS
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Celia Monteagudo García, presidenta de Manos Unidas, es doctora en Filología y licenciada en Ciencias Religiosas por la Universidad Pontificia de Comillas y tiene un doctorado en Sagradas Escrituras por la Facultad de Vidyajyoti en Delhi (India).

Celia Monteagudo García, presidenta de Manos Unidas. - Foto: MCS

Celia Monteagudo García es la nueva presidenta-delegada de Manos Unidas en Albacete. Nació en Madrigueras. Está casada y tiene dos hijas y dos nietos. Ha relevado a Pilar Martínez Cuervas-Mons, que ha ocupado el puesto durante los últimos seis años. En este domingo en el que Manos Unidas celebra su campaña contra el hambre hablamos con ella.

¿Cuándo entró a formar parte de Manos Unidas?

Entré en Manos Unidas en 1999 para conocer la asociación, y allí me encontré con unas mujeres que eran un ejemplo de humildad, de sencillez, de saber estar, de prudencia, de mujer luchadora en silencio y, en continua oración. Estas mujeres eran de admirar puesto que a pesar de que les tocó vivir en una época en la que a la mujer casada se le educaba para tener hijos y dedicarse a la familia, y ellas habían abierto sus campos de acción y habían sabido vivir su fe dentro y fuera de su familia. Y eso fue lo que primero que me cautivó de Manos Unidas, su voluntariado. 

¿Qué es lo que más le impactó de Manos Unidas?

La austeridad con que trabajaba MU -esto es posible porque es una ONGD de voluntarios-, su transparencia, su forma de sensibilizar a la sociedad. Pero, sobre todo, fue por su experiencia y forma de trabajar en el campo de la cooperación para el desarrollo lo que definitivamente me convenció. Porque sus proyectos no son paternalistas, ni asistencialistas, sino que se centran en empoderar a las comunidades más desfavorecidas y vulnerables para que sean artífices de su propio desarrollo. ¿En qué campos? En la educación; en la salud; en la obtención del agua y saneamiento; en alimentación y medios de vida; en Derechos Humanos y sociedad civil; en medio ambiente y cambio climático; en derechos de la mujer y equidad. 

Sí, regreso en 2018, una vez jubilada, y retomo el voluntariado en el área de formación de MU, que también compagino con Cáritas Diocesana. Mi objetivo era transmitir todo lo que había aprendido y experimentado a lo largo de los años en mis viajes a la India con los jesuitas, un camino que me ha llevado a recorrer lugares de la India, donde la miseria es extrema y te obliga a cuestionarte tu papel en la vida y a dar respuesta a mi identidad como laica y cristiana. Recorrer los suburbios de Bombay, Delhi, los poblados de aborígenes, o dar biberones a los niños abandonados en la casa de la Madre Teresa de Calcuta, no dejan indiferente a nadie. 

Es de destacar que ya en primera visita en 2001, un jesuita catalán, George Gispert Saúch, me pide que me hermane con un jesuita indio, Manickam Irudayaraj, y que ante su insistencia lo hago. Y sus buenas razones tenía. Father Raj, como le llamábamos, había desarrollado una gran espiritualidad y con este hermanamiento se siente comprometido a formarme, labor que continua hasta el presente. Y me pide que transmita ese saber allá donde me encuentre. Y eso es lo que he hecho a lo largo de estos años: unas veces dando charlas, y otras por medio de los libros solidarios que he escrito.

¿Qué le ha empujado a aceptar el cargo de presidenta-delegada?

Principalmente por todas esas personas que me han acompañado en mi camino de fe. La decisión no me ha resultado fácil, y aunque parezca contradictorio, la pandemia también me ha ayudado a tomar la decisión ¿Por qué? En esos largos días de confinamiento me doy cuenta que lo familiar y cotidiano es falsamente tranquilizador y, sin embargo, la mayoría de nosotros establece un hogar permanente en esos ambientes. Dar un paso hacia lo nuevo es, por definición, poco familiar y experimentado; y será Dios, la vida, el sufrimiento, una enfermedad lo que tiene que darnos un empujón –a menudo muy grande– o en caso contrario no aceptaremos un cambio o un compromiso que nos exija lanzarnos al vacío. Y ese empujón lo he sentido.

Soy consciente de que son momentos difíciles en los que nos encontramos por motivo de la pandemia, pero también soy consciente y he experimentado que no todo depende de nosotros, sino que el Espíritu también hace su parte, nosotros sólo tenemos que dejarnos guiar por él. Como voluntaria estoy convencida de que uno no puede ser un auténtico creyente y voluntario si no confía en la ayuda del Espíritu Santo. Para empezar, es su fuerza la que nos hace dejar nuestras comodidades y dedicarnos a los demás. Y después es quien nos va a guiar en nuestro trabajo.

¿A qué retos se enfrenta? 

El principal reto va a ser el de contagiar solidaridad, como dice el lema de esta campaña. La crisis del coronavirus ha puesto de manifiesto que existe una pobreza multidimensional, que existen necesidades elementales, alimentación, agua y saneamiento, salud, vivienda, educación, y que existen 1.300 millones de personas en el mundo, afectadas por dicha pobreza. Pero el reto no es sólo de Manos Unidas, sino de todos. «La pandemia ha puesto de relieve lo vulnerables e interconectados que estamos todos. Si no cuidamos el uno del otro, empezando por los últimos, por los que están más afectados, incluso de la creación, no podemos sanar el mundo», señala el documento base de Manos Unidas.

La vida nos ha traído esta realidad y tenemos que aprender de manera diferente, con resiliencia, con ilusión, y siendo proactivos. Nos tenemos que readaptar, reinventar. Pero el voluntariado de Manos Unidas de Albacete sabe presentarle cara a la adversidad.  Y aprovecho esta entrevista para agradecer a la sociedad albaceteña su generosidad a lo largo de estos años y a la que animo a seguir colaborando.