El legado de Samaranch

Agencias
-

Su influencia en el ámbito económico sigue vigente cuando se cumplen 10 años de su muerte

El legado de Samaranch - Foto: STRINGER

Diez años después de su muerte el Comité Olímpico Internacional (COI) continúa viviendo del legado de Juan Antonio Samaranch, sobre todo en el aspecto económico, aunque la visión de futuro de la que hacía gala el dirigente barcelonés nunca le habría alcanzado para imaginar que el organismo que presidió durante más de dos décadas tendría que aplazar unos Juegos debido a una pandemia.

Gracias a las gestiones de la Fundación Samaranch hispano-china, el Comité Olímpico Español (COE) acaba de recibir 9.000 mascarillas de parte de su homólogo en el país asiático como gesto de ayuda al deporte ante la COVID-19. Una muestra de que su empeño por unir deporte, diplomacia y solidaridad sigue dando sus frutos.

Juan Antonio Samaranch nació en Barcelona el 17 de julio de 1920 y murió en la misma ciudad el 21 de abril de 2010, nueve años después de abandonar la presidencia del COI, a la que había llegado en 1980.

Delegado nacional de Educación Física y Deportes entre 1966 y 1970, procurador en Cortes de 1967 a 1977 y presidente de la Diputación de Barcelona entre 1973 y 1977, hasta su nombramiento como embajador en la Unión Soviética, sus cargos en la administración franquista no permitían adivinar que como dirigente olímpico sería un revolucionario y el motor que transformó el deporte mundial.

«Fue el gran impulsor del movimiento olímpico moderno. Su visión y su talento fomentaron la grandeza y unión del movimiento olímpico. Siempre recordaré la imagen de un hombre que sabía escuchar, respetar y empatizar con sus interlocutores», afirmó sobre su figura el alemán Thomas Bach, actual presidente del COI.

Samaranch llegó a un organismo en el que no había mujeres, en el que federaciones y comités nacionales actuaban de forma descoordinada y en el que los atletas estaban infrarrepresentados. Los Juegos de Montreal habían dejado a la ciudad endeudada para los siguientes 30 años y los de Moscú, en los que se inició el mandato de Samaranch, fueron boicoteados por 66 países.

Aunque no logró evitar que el bloque soviético devolviese el boicot cuatro años después en Los Ángeles 1984, estos fueron los primeros Juegos con superávit económico. Comenzó una etapa de bonanza en la que fue determinante la firma de contratos de televisión a largo plazo, que garantizaban la estabilidad financiera con varias ediciones de adelanto.

Federaciones y comités olímpicos comenzaron a recibir una porción creciente de aquellos ingresos. Los países participantes en los Juegos y los que ganaban medalla aumentaban en cada edición. Se acabó con el veto a los deportistas profesionales, incluidos los que de la NBA. Los Juegos de verano y los de invierno se alternaron cada dos años para que el dinero de los patrocinadores fluyera de manera constante.

El COI fue inflexible con la Sudáfrica del 'apartheid', pero favoreció el acercamiento entre las dos Coreas, reconoció de inmediato a los comités de las nuevas repúblicas ex soviéticas y ex yugoslavas y permitió la participación bajo bandera olímpica de cualquier deportista cuyo país estuviera sancionado.

Samaranch cumplió con el sueño de ver unos Juegos Olímpicos en su ciudad natal y tuvo tiempo de comprobar cómo aquel verano de 1992 cambió para siempre la historia del deporte español.

En el otro lado de la balanza  se encuentran algunas herencias que resultaron difíciles de gestionar para sus sucesores, como la ampliación del programa olímpico hasta límites más allá de lo razonable. Pero principalmente un sistema de elección de la sede de los Juegos Olímpicos que abrió la mayor crisis de la historia del COI, con los casos de corrupción relacionados con Salt Lake City 2002.