El cine de chocolate

José Fidel López
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El afamado empresario de la fábrica de dulces 'La Pajarita', Jesús Giménez, ideó la construcción de una sala cinematográfica en el entonces paseo de José Antonio, hoy de la Libertad, al que pretendía llamar 'Royal', como su marca de chocolates y té

El empresario Jesús Giménez Molina, propietario de ‘La Pajarita’, quiso construir un cine. - Foto: Familia Giménez

Es indudable que en los tiempos que corren meterse a exhibidor cinematográfico es poco menos que una hazaña. La competencia (leal y desleal) es brutal, desde las plataformas de televisión de pago hasta las nuevas tecnologías (véase, internet y todas sus derivadas). Pero de la misma manera, es incuestionable que no hay nada como sentarse en una cómoda butaca, ante una blanca pantalla de 100 o 120 metros cuadrados, en una sala oscura y con un sonido de primera para disfrutar de una película.

Pero si en la actualidad, para los cinéfilos (y para lo que no lo son tanto) acudir al cine sigue siendo un ritual insustituible, si viajamos en el tiempo y nos trasladados, digamos, a los años 40, visitar una sala cinematográfica para ver algún título procedente de la fábrica de los sueños que era (y es) Hollywood, era todo un acontecimiento. Y es que no sobraban las maneras de divertirse, y menos el dinero para viajar a otras ciudades y disfrutar de buenos espectáculos y de las últimas creaciones cinematográficas.

En aquel entonces, los cines eran edificios monumentales, arquitectónicamente impecables, caros, elegantes… y enormes. Cientos de espectadores podían ver, en las diferentes sesiones, a la vez la última película dirigida por John Ford, John Huston o Billy Wilder, o el western de rigor de Gary Cooper o John Wayne, o la comedia de Marilyn Monroe o Audrey Hepburn.

En la capital, el Teatro Circo o el Capitol eran dignos ejemplos de esas espectaculares salas, enclavadas en pleno centro urbano. Antes hubo más cines, y después otros muchos más. Pero los archivos nos han devuelto uno que no llegó a ver la luz: el cine que nunca existió.

Su promotor fue un popular empresario de la época, Jesús Giménez Molina, propietario, junto con sus hermanos, de la afamada fábrica La Pajarita, emblema empresarial de la ciudad y de la provincia durante todo el siglo XX, y que se convirtió en todo un referente gracias a su «gran surtido en el ramo de confitería, caramelos, grageas y peladillas», como rezaban los envoltorios de algunos de sus populares productos.

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