Hacia un 'nosotros' cada vez más grande

Redacción
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La Iglesia celebra la Jornada de Migraciones ante el desafío de la movilidad humana y las oportunidades que ofrece de cara al futuro

El barco Astral, de la ONG Open Arms, junto a una patera donde viajan un total de 70 migrantes. - Foto: Jesús Hellín Europa Press

Aun en medio de un año complicado y difícil celebramos la Jornada del Migrante bajo el lema Hacia un ‘nosotros’ cada vez más grande.  Es una ocasión para tomar conciencia de la situación del mundo en el que vivimos ante el desafío de las migraciones y las oportunidades que nos ofrecen de cara al futuro. 

En esta Jornada, el papa nos coloca de nuevo ante el horizonte de la fraternidad y nos hace una nueva invitación en la que pone delante la vacuna definitiva que la familia humana necesita: salir de un nosotros pequeño, reducido por fronteras o por intereses políticos o económicos, para ir a un «nosotros» incluido en el sueño de Dios, en el que vivamos como hermanos compartiendo la misma dignidad que él nos da. Es un movimiento interno que pide saltar la barrera del «ellos», para atrevernos a pronunciar un nuevo «nosotros» que abrace a todo ser humano. Es fácil entenderlo para quienes pronunciamos el Padrenuestro como oración venida de Cristo que nos coloca en la disposición de vivir como hijos. 

Hemos pasado un año complicado. Con la pandemia no olvidamos las dramáticas crisis migratorias, tanto en las fronteras de Canarias como en Ceuta y Melilla. Las personas vulnerables en movimiento siguen llamando a nuestras fronteras. Con ellas sentimos que estamos juntos en un mundo plagado de catástrofes, de guerras y consecuencias del cambio climático que siguen obligando a muchos a salir de su tierra. 

Tampoco dejamos de preocuparnos y rezar por el dolor de quienes, a poco de llegar, intentan abrirse paso en nuestra sociedad y que, en poco tiempo, ha agrandado sustancialmente su desigualdad. 

En este tiempo también hemos aprendido a constatar que todos estamos interconectados, que compartimos destino y viaje. Sabemos que estamos en el mismo barco en medio de muchas tormentas, donde o permanecemos juntos, o perecemos juntos. 

El Espíritu Santo no cesa de ofrecernos una mirada amplia y esperanzadora para poder tejer un futuro donde cada vez el «nosotros» que pronunciamos, pequeño, limitado y que gira alrededor de nuestros intereses, se va transformando en un «nosotros» fraterno y evangélico, que nos vincula y nos da un horizonte al que dirigirnos desde nuestras diversas vocaciones. 

Por eso, ahora, este «nosotros» se abre como un camino que hay que emprender entre las fronteras del descarte y de los muros que hemos de detectar, pero es el proyecto que Dios Padre tiene para seguir gestando una humanidad de hermanos. 

Un nosotros que crece en cada corazón que se atreve a ser samaritano. Ante el grito de tantos, el papa Francisco siempre nos propone, antes que nada, «ensanchar el corazón» ante los que llegan, porque «todos somos responsables de la vida de quienes nos rodean» (Francisco, JMMR 2013). 

Invierno demográfico. La Jornada nos pide una respuesta para elegir con qué ojos miramos. Desde la seguridad encapsulada de una Europa en invierno demográfico, desde el baile de los juegos geopolíticos o los intereses partidistas, o con la mirada de nuestro Padre que nos pide humanizar las crisis, responder socialmente con mirada a largo plazo desde el horizonte de la fraternidad humana, denunciando la instrumentalización del dolor y la pobreza. 

Un nosotros que crece en cada comunidad cristiana cuando aprendemos a acoger, proteger, promover e integrar. Así lo vivimos en cada rincón donde celebramos esta Jornada que nos ayuda a ser parábola del reino de Dios allí donde caminamos. 

«Cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero» (Francisco, JMMR 2018). El «nosotros amplio» pide poner todo nuestro esfuerzo para incorporar en la vida comunitaria el grito de los migrantes y refugiados, los que llegaron y los que al otro lado de la frontera golpean nuestras puertas. Una comunidad no será madura hasta que no sepa vibrar, discernir e incorporar este clamor. 

La cultura del encuentro será la llave para facilitarnos que allí donde camine la Iglesia se abran puertas y, además, posibilite que el migrante pueda incorporarse cada vez más, en todos los procesos de participación, de vida y de fe. Un nosotros que crece al desplegar nuestra vocación católica como Iglesia que responde unida a este signo de nuestro tiempo. 

Es una llamada para entrelazar nuestros esfuerzos misioneros. Se trata de incorporar las vidas de los migrantes en el horizonte común de cuanto hacemos, vivimos y celebramos. No perdemos de vista que «todos nosotros» estamos convocados a significar de forma creíble la centralidad del amor de Dios y la bienaventuranza del Evangelio como signo del reino de Dios. 

Un clamor global como la migración pide una respuesta integral y en comunión, como Iglesia que sabe fijar su mirada en Cristo samaritano. Él nos anima a servir en su nombre dando respuestas integrales, en las que aprendemos a entrelazar nuestras diversas pertenencias eclesiales o carismas a las sensibilidades. Todos necesarios y amasando nuestras posibilidades desde un nosotros que abraza y acoge. 

 

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