El Gobierno asesina su propia lengua

Carlos Dávila
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Los leninistas de Podemos y los radical secesionistas de Esquerra logran que el Ejecutivo atente contra el artículo 3 de la Constitución, referente al idioma

El Gobierno asesina su propia lengua - Foto: Mariscal

Esto último no tiene nombre. Ya no es política o conveniencia electoral; es sencillamente un atentado contra el idioma español. Resulta que Isabel Celáa, una antigua niña fosforita de Bilbao, más concretamente de Neguri, alumna del pijo Sagrado Corazón de Bilbao, sito donde ahora se ubica el gran almacén por antonomasia de nuestro país. La estudiante colegial por tanto de un idioma que le ha valido ahora para perpetrar un brutal ataque contra esa misma lengua, se ha echado en manos de los leninistas de Podemos y de los radical secesionistas de ERC, y se dispone a promulgar un guisote leguleyo que tiene dos principales objetivos; el primero, el antedicho, terminar con el instrumento principal de una nación, o sea, la lengua. El segundo, al más neto espíritu comunista, cerrar la libertad de enseñanza en todo el país, impidiendo, desde luego, que la Educación concertada pueda administrarse en España. De nada vale a Celáa -que por este apellido absolutamente euskaldun atiende la infrascrita- que la Constitución en su artículo 3 rece de forma literal así: «El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber y el derecho a usarla».

¿Debemos entender que a la mencionada barrenera le traiga por una higa lo dispuesto en este precepto? ¡Qué va! No seamos estúpidos. Celaá y su cuadrilla de saltimbanquis de la lengua, conocen sin duda esta disposición constitucional y saben también que el Partido Popular y, quizá Vox, recurrirán al Alto Tribunal para imposibilitar el atentado. Lo saben, pero les da igual. Los profesionales del Derecho Constitucional consultados por este cronista afirman sin ambages: «El bodrio terminará en la calle Doménico Scarlatti, la sede de la institución, y esta se tomará todo el tiempo del mundo, quizá hasta 10 años, para contestar al recurso». Uno de ellos, catedrático de la Complutense de Madrid, ironiza: «Y así, para entonces, todos calvos». Celáa, la ministra de Sánchez, una cayetana en el argot nacional también vigente en Neguri, se saldrá a corto plazo con la suya... con la suya y con la de los independentistas de Esquerra, y eliminará nuestra milmillonaria lengua de todas las escuelas autonómicas donde exista otro idioma. Los mocitos y mocitas catalanes, tipo el tal Rufián, ya no tendrán que molestarse en aprender nuestra gramática o las Novelas ejemplares de Cervantes, y los vascos, o sea, los de su etnia, ya no padecerán el enojo de examinarse de los verbos transitivos, ni de los Episodios nacionales (de estos menos aún) del gran olvidado (por el Gobierno) Pérez Galdós. ¿Se imaginan ustedes a Macron acuchillando el francés en pro del dialecto corso, o a Merkel ejecutando literalmente el alemán en los colegios de Múnich para establecer por decreto el austro-bávaro?

Para apoyar los Presupuestos del dúo Sánchez-Iglesias, Esquerra, el partido del perdonavidas Rufián, y antes del cobarde Companys, ha exigido a Sánchez y a su acólita Celáa, el estrangulamiento del español -así me gusta llamarlo yo- que es de lo poco común que aún nos quedaba en este país. El planteamiento de Sánchez es coloquialmente este: «¿Qué nos tenemos que cargar el castellano? Pues nos lo cargamos, lo importante es que nosotros, tú y yo, querida Isabel, sigamos en el machito. Esa es su única mira, por eso trituran la Disposición Adicional 38 de la aún vigente Ley Orgánica de la Educación, que dice textualmente: «El Estado garantiza el derecho de los escolares a recibir enseñanza en castellano», o sea, en nuestra lengua vehicular de siempre. 

¡Pobre Fernando de los Ríos, ministro de Instrucción Pública en la República que llegó a decir: «En una autocracia la desobediencia es un deber; en una democracia la obediencia es una necesidad»! La obediencia, desde luego a la Constitución que ya hemos señalado hasta qué punto defiende, proclama y exige que el castellano sea la «lengua general de España».

 

Alfonso Guerra

En otra crónica semanal, argüía que, partido a partido como Simeone, «a España no la va a conocer esta vez ni la madre que la parió» (dixit Alfonso Guerra); estaba equivocado, España va apresuradamente a fallecer traumáticamente y solo se la conocerá por el recuerdo. El proyecto de Celáa y sus asistentes socialcomunistas no es otro que estigmatizar el segundo o tercer idioma más hablado en todo el mundo. Es curioso. Y contradictorio. Estos se entienden, se complican con los que en su territorio consideran al idioma el bastión principal de su identidad, de su Patria inventada. A ellos, el Gobierno del Frente Popular les reconoce el derecho a manejar la lengua como ariete de su Historia, de su vida, de sus costumbres, de su enseñanza, de su manera de ser, mientras a nosotros, los españoles de infantería, Celáa nos ataca con un proyecto incendiario en el que usted, yo (perdón) y el de más allá no cabemos. Esto es un magnicidio sin precedentes. Lo cierto es que, como avisaba antes de morir recientemente el que fue presidente del Congreso de los Diputados, Landelino Lavilla: «Nos están dejando sin España y al parecer no nos importa un comino».

 Una frase heredada sobre la que nadie reflexiona en nuestro país, ocupado como está en lamentarse por el destino de Trump. El estado normal de España ya es el confinamiento no solo de vivienda, sino estructural, vivencial. Cinco crisis nos asolan: la institucional que quiere arrastrar a la Monarquía al destierro, la sanitaria con 1.300.000 contagiados y más de 52.000 muertos, la económica que nos tiene ya al borde del crack, la social que ya rompe en las calles de nuestras principales ciudades, y la política que sostiene a un Gobierno cuyo único intento es el de sobrevivir al precio y con el gasto que sea. 

A esta quíntuple desgracia se une ahora este acoso a la espina dorsal de nuestra nación: la lengua. Lo malo es que sufrimos esta hecatombe con una sociedad anestesiada que no reacciona, que a lo único que aspira es a seguir echándose al coleto unas cañas en cualquier terraza. Un antiguo presidente de la Asamblea de Madrid, Juan Van Halen, escribía esta semana que el caldo de cultivo de la revolución es una crisis global que parece no tenerse en cuenta por la mayoría de la población. 

Ahora va a resultar que demoler nuestra lengua, desterrarla de territorios donde también exista otra, es progresista, que defenderla como si todos fuéramos Lope de Vega, Bécquer, Cela, Delibes o quizá ahora Vargas Llosa, es cosa de fachas trasnochados. El Gobierno de base leninista se lo pasa chupi destrozando nuestras vidas. Lo siguiente -ya lo verán- será asestar un golpe definitivo a la libertad de expresión. En eso están. En el fondo, ¿qué más da?, ¿qué importa una lengua si solo se podrá hablar o escribir cómo prescriban los autócratas? Sociedad dormida.