Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Jovellanos

25/09/2021

He leído a casi todo Jovellanos como un deber. Retenido en el castillo de Bellver, de visión muy fatigada, sin acceso a sus libros, condoliéndonos con él, Jovellanos puede (y este poder es muchísimo) escribir de asuntos de escasa importancia -y se dedicó a describir el castillo de Palma, donde se le ofrecía «algún vislumbre del tiempo corintíaco»; nos habla del cantueso, de la flor de San Marcos y de las achicorias; es pudoroso al recordar cómo terminó por condolerse con los insectos que le iban devorando -como un deber silente, luego resignado y casi alegre-. Sabe que no puede alzar la voz y acaba por dolerse (todo es dolor en este hombre) y decir: «yo no sé si alguna particular providencia quiso agraviar mi infortunio». Los adversarios de Jovellanos fueron los adversarios de todo lo nuevo, por el simple hecho de ser nuevo -y en ese recordatorio del catedrático don José Caso González está aquella particular providencia que golpea a Jovellanos. Su discurso de ingreso en la Academia de la Historia es algo maravilloso: en un discurso leído compendia toda la historia de España, apelando a la necesidad de estudiar la legislación como la savia que nos evite vivir en «perpetua puericia»; y por ello entiende que el magistrado es el hombre definitorio para el progreso -le acompañará la gramática y la retórica; la lógica y la crítica, pero también la ética; y las matemáticas, «para calcular y proceder ordenadamente de unas verdades en otras»-. La amargura de Jovellanos se palpa (pero sólo un poco) en sus diálogos sobre crítica económica y en su oración sobre el estudio de las ciencias naturales -y digo que se palpa «sólo un poco», por cuanto Jovellanos escribió con voz y lengua de fuego, la defensa de su causa, nada menos que parafraseando el salmo Judica me Deus, y aquí toda amargura es desatarse la violencia que sufre y padece-, y el dolerse sí que pretende la condena de su España fanática, previo enjuiciamiento superior -ese enjuiciamiento que jamás tiene recurso: y por ello la defensa de su causa descansará ya para siempre en el salmo-; lo sabe cuando mira como entomólogo al bicho que le come en Bellver. Moratín, desde el exilio, desde Avignon, le hablará de Petrarca, «cuyos excelentes versos sabe usted de memoria». Goya lo retrató como desmadejado.