Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


La democracia y tal

28/01/2022

Cuando ETA asesinó en Mallorca a Diego Salvá y a Carlos Sáenz de Tejada, David Pla ya estaba en la dirección de la banda terrorista. Las fuerzas de seguridad habían conseguido asfixiarles de tal forma que a la cúpula llegaban los restos. Dos años después del último atentado de ETA en España, Pla, con capucha, txapela y uniforme color negro, ponía voz al anuncio del 'cese definitivo' de la violencia, que no fue más que el eufemismo con el que asumían su derrota. A su vez, Zapatero se colgaba la medalla y le permitía abrir una mano que no se ha cansado de estrechar, una década después, el ministro Marlaska, vía acercamiento de presos.
ETA asesinó a Diego con tan solo 27 años. Su compañero Carlos tenía 28 y había entrado en la Guardia Civil un año antes. Llegaba al Benemérito Instituto procedente de la unidad de Transmisiones del Ejército de Tierra.  ¿Por qué Mallorca? Le convenció un amigo y allí realizó las prácticas y en la isla empezó también como agente profesional. Salvo la natación, disciplina que aprendió solo para aprobar la oposición, le gustaban todos los deportes y era hincha del Real Madrid. Carlos era compañero de Diego Salvá, que había nacido en Pamplona y de ahí su afición a Osasuna, aunque con tres años se trasladó a Palma de Mallorca por motivos laborales de su padre, Antonio Salvá, un reconocido urólogo de la isla. En la Guardia Civil, empezó en la Agrupación de Tráfico hasta que tuvo un accidente de moto mientras estaba de servicio. Salvó la vida de milagro y el día del atentado era el primero que se incorporaba al servicio, todavía con secuelas.
Todo ocurrió el 30 de julio de 2009. Carlos y Diego tenían el vehículo oficial estacionado frente al centro de denuncias de Palmanova, una localidad muy turística del municipio de Calviá. Los dos tenían que llevar el coche al taller. Se montaron en el Nissan Patrol vestidos de paisano y, antes de llegar a arrancarlo, se activó un artefacto explosivo que los terroristas habían pegado a los bajos del todoterreno. Los cuerpos de los dos jóvenes guardias civiles salieron despedidos y quedaron completamente destrozados.
No era la primera vez que ETA planificaba un atentado en la isla, pero sí la primera que conseguía ejecutar sus planes, que eran incluso más macabros. Los investigadores localizaron otro artefacto adosado a un coche patrulla que estaba estacionado frente al antiguo cuartel de Palmanova; una bomba lapa que fue explosionada de forma controlada por los artificieros sin que se produjeran víctimas.
Trece años después de ese atentado, sigue vivo el recuerdo de Carlos y Diego. Sabemos cómo vivieron y también cómo murieron. Sin embargo, más de una década después, se desconoce la autoría material de este atentado. Ahora que David Pla, entonces en la cúpula de ETA, ha entrado en la dirección de Sortu, una de las filiales de Bildu, desde el partido de Otegi y también en el entorno del PSOE han lanzado la misma consigna: la democracia es mirar hacia adelante. No les falta razón y podrían aplicarse esa receta para otros episodios de nuestra historia de los que ha transcurrido mucho más tiempo.
Además, la democracia completa va más allá. David Pla debería colaborar para que este atentado -y muchos otros- se esclareciera, aliviando, si quiera en una mínima parte, el dolor de dos familias que no saben todavía quién asesinó a su hijo, hermano o amigo. Ese sería el auténtico signo de normalidad democrática. El resto, es prolongar la performance política que tuvo su punto álgido cuando Pla, encapuchado, anunció el fin de la actividad armada de una banda agonizante y derrotada.