Una desescalada esperada

T.R
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La flexibilidad de las restricciones por la buena evolución de la pandemia permitió que la residente Loli se pudiera reencontrar con su hija Rosa, tras meses sin poder verse ni abrazarse

La residente María Dolores Massó acompañada de su hija y una auxiliar de Enfermería, abandona la residencia durante el fin de semana. - Foto: José Miguel Esparcia

La mejora de la situación sanitaria por la pandemia y la flexibilización de las restricciones con el pase a la Fase 2, unido a la inmunización frente al Covid-19 de los usuarios de las residencias, ha abierto un rayo de esperanza e ilusión para las personas mayores institucionalizadas en centros residenciales tras muchos meses de aislamiento sin poder ver a sus seres queridos, salvo por la pantalla del teléfono móvil, a través de una videollamada semanal.

La residencia del Paseo de la Cuba fue una de las primeras de la capital en abrir sus puertas de nuevo a las familias, durante los primeros días con el requisito previo de pasar un test de antígenos negativo y después sin necesidad de esta prueba diagnóstica al haber mejorado la situación epidemiológica por el virus. La directora de este centro, Inés Aguilera, informó que a diario permiten hasta 20 visitas de familiares a los residentes, por lo que ya son 250 los encuentros celebrados.

De momento, son sólo siete los residentes que entre el fin de semana pasado y éste van a poder disfrutar de un respiro a su situación de internamiento y estar con sus familiares. Y ese fue el caso de María Dolores Massó, una residente de 80 años de este centro, que vio cumplida la promesa que le había hecho su hija mayor, Rosa María Andreu, de llevársela a casa durante al menos un fin de semana, que es lo máximo que de momento se permite debido a la evolución de la pandemia.
Bien arreglada y con la ayuda de dos auxiliares de Enfermería y su hija, y como equipaje una maleta, Loli, como así la conocen en el centro, dijo adiós por unos días a su lugar de residencia. 
Su demencia vascular que padece desde los 65 años no le impide acordarse perfectamente de sus cuatro hijos y sus nombres y de los nietos que tiene. También recuerda con nostalgia su pueblo natal, Villarrobledo, el lugar donde vivía con sus padres. «Tenía muchas ganas de salir a la calle y de estar con mi hija Rosa», aseguró Loli, que mira con sorpresa y algo despistada por qué seguimos usando todavía mascarillas las personas que estamos a su alrededor.

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