Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Anagnórisis

28/01/2022

La palabreja del título hace referencia a un recurso frecuente en los cuentos populares y los relatos de aventuras. Si nos remontamos a Homero, la anagnórisis tiene lugar hacia el final de la Odisea, cuando Ulises regresa a su isla de Ítaca disfrazado de mendigo y sus seres queridos lo van reconociendo paulatinamente: su perro, su nodriza, su hijo… y así hasta su esposa Penélope. Lejos de ser un mero recurso dramático, para mí la anagnórisis ha sido siempre algo muy real. Mi mala memoria hace que me cueste horrores recordar las caras y las situaciones en las que he conocido a la gente, y no es raro que alguien se plante muy sonriente ante mí y yo no tenga ni idea de quién es el fulano en cuestión. Mi problema se ha agravado con el uso obligatorio de las mascarillas. Ahora me desenvuelvo a duras penas en un mundo de caras (o medias caras) anónimas donde todos son extraños. Hay amigos que se han hartado de saludarme sin ser correspondidos. Del mismo modo, hay desconocidos que todavía se están preguntando quién sería ese tipo con gafas que los saludó por la calle, y al que no habían visto en su vida. Tengo entendido que los políticos y empresarios importantes, en sus apariciones públicas, suelen ir acompañados de un secretario que les va soplando quién es cada persona que se cruzan, y de qué la conocen. Este recurso está fuera del alcance de la gente de a pie, pero tal vez sería útil que desarrollaran una app para el móvil que se encargara del trabajo. Bastaría con captar con la cámara el rostro de cada persona que nos vamos encontrando, y la tecnología de reconocimiento facial nos diría «este es fulano o mengano». La anagnórisis digital puede ser uno de los negocios del futuro, y lo dejo caer por si alguna startup se anima y quiere repartir beneficios.

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