La periferia reclama mejor comunicación física y digital

E. REAL JIMÉNEZ
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En las pedanías están censados menos de 3.000 habitantes, que prefieren la tranquilidad a la escasez de los servicios

Uno de los vehículos más habituales en las pedanías. - Foto: José Miguel Esparcia

Vivir en un pueblo, y ser de la capital. Ambas cosas no son incompatibles para los vecinos de las nueve pedanías con las que cuenta Albacete. Nueve barrios rurales en los que están censados -según los datos de 2018 recogidos por el INE- menos de 3.000 vecinos (2.740).

Una cifra engañosa porque, tanto estas, como las urbanizaciones que rodean a la capital, son los núcleos residenciales donde más fluctúa su población. «En invierno estaremos apenas unas 20 familias, muchas de las casas están vacías, ahora eso sí, en verano el pueblo se llena y la población se triplica». Con el buen tiempo, todas estas alternativas residenciales cobran vida. Huir del ambiente bochornoso y  disfrutar de las noches frescas y el canto de las chicharras a un puñado de kilómetros del bullicio urbano cobra cada vez más adeptos.

Son, por otra parte, los que trastocan la rutina de quienes sí tienen en estos pequeños espacios su vida, su día a día. Los que han puesto en una balanza los inconvenientes de la escasez de servicios, la falta de alternativa de ocio o la precaria situación de las carreteras de acceso y les ha compensado el espacio, la naturaleza, «la tranquilidad». Lo dice Evelio Gómez, a quien encontramos bajo la noguera que hay junto a su casa, en Los Anguijes. Aprovechando la ombría se halla un banco, que comparte con su amigo Ángel para huir del calor, que roza los sofocantes 30 grados de un martes, aún sin llegar  al mediodía. Tiene 76 años, pero su aspecto es juvenil, pese a que él afirma que no tanto, «estoy operado de la cadera».

COMPENSA. Con Ángel Cózar, de 66, y «recién jubilado», cuentan que en esta pedanía, a apenas cinco kilómetros y medio de distancia de una de las mayores de la capital -El Salobral- «se vive bien», es lo que han conocido toda la vida. Aquí, con 66 habitantes censados y muchos menos en la práctica, «no tenemos supermercado, ni un bar, antes había tres, uno justo ahí -señala Evelio frente al banco, en una casa que era de sus suegros- y venía muchísima gente de la capital a comer los fines de semana». 

Ahora, si quieren comprar, acuden, para lo más básico, a El Salobral, y «para cargar para toda la semana vamos a la capital».

En ese momento sale María Díaz, que es la mujer de Evelio, aunque se excusa de que nos puede atender poco. «Me tengo que arreglar porque voy a recoger a los nietos al colegio», dice. ¿Dónde?, preguntamos. «A la capital, voy en coche», porque el autobús a Albacete sólo pasa dos días a la semana, los lunes y los viernes, con  viaje de ida por la mañana y de vuelta, por la tarde. «Debería haber más».

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