La rosa y la serpiente

Leticia Ortiz (SPC)
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El PSOE, que negocia con Bildu el apoyo de los abertzales a los Presupuestos a pesar de las críticas de históricos socialistas y de 'barones' territoriales, ha vivido en sus propias carnes el durísimo zarpazo de la violencia de ETA

La rosa y la serpiente

Quedan 10 minutos para que el reloj marque la una y media de la tarde. En el calendario de aquel 2008 la hoja marca que es 7 de marzo. Como cada día, Isaías Carrasco sale de su casa en Mondragón camino de su trabajo como cobrador del peaje situado en Vergara en la AP-1. Aquel currante, exconcejal socialista en su localidad natal y afiliado a la UGT, monta en su coche sin reparar en la presencia de Beinat Aguinagalde, que iba a cara descubierta, pero con barba postiza. A metro y medio del coche, el etarra abre fuego. Cinco disparos se cuelan por el parabrisas e impactan en la cabeza, el cuello, el abdomen y el brazo de Carrasco que, con un halo de vida, logra salir del turismo. En su hogar, su mujer, Ángeles, y su hija mayor, Sandra, escuchan unas detonaciones que confunden con cohetes. Pero el terror que ha vivido durante décadas el País Vasco hace saltar un resorte en su interior y, a la carrera, bajan a la calle donde encuentran a su marido y padre tendido en el suelo en medio de un charco de sangre. «Vas a salir de esta», le repiten ambas entre lágrimas en un desgarrador intento de insuflar ánimo al herido. Carrasco, sin embargo, niega con la cabeza, sabedor de la gravedad de sus lesiones. Una hora más tarde, el exconcejal fallece en el Hospital del Alto Deba, en la propia Mondragón, después de no haber podido superar la segunda parada cardiorrespiratoria provocada por las heridas.

Isaías Carrasco, que se había negado a llevar escolta después de cesar como concejal del Ayuntamiento de su localidad, fue el último militante socialista asesinado por ETA precisamente por su ideología en una lista en la que aparecen otros 11 nombres vinculados al PSOE, un partido que ha vivido en sus propias carnes el duro zarpazo del terrorismo, aunque ahora pacte -o no, según Pedro Sánchez- con Bildu, la formación heredera de aquellas siglas que siempre aparecieron íntimamente ligadas a la banda, como HB o Batasuna. 

Por ese pasado manchado de sangre, varios dirigentes históricos de la formación de la rosa, como el exvicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra, el exministro del Interior José Luis Corcuera, el exlíder de los socialistas vascos Nicolás Redondo Terreros o el exalcalde de La Coruña Paco Vázquez han levantado la voz por un pacto que tachan de «inmoral». Un sentimiento compartido por algunos barones actuales, como los mandatarios de Extremadura, Guillermo Fernández Vara; Andalucía, Susana Díaz; Aragón, Javier Lambán; o Castilla-La Mancha, Emiliano García Page. 

Todos ellos fueron desacreditados el pasado lunes por el líder del partido, Pedro Sánchez, en la Ejecutiva celebrada en Ferraz en un discurso «duro y contundente», según fuentes presentes en la cita, en la que llegó a tildar a los críticos de «desleales».

Cambio de rumbo

Aunque ahora intenta frenar la rebelión interna de los socialista dolidos por las negociaciones y el posible pacto con los herederos de Batasuna, fue el propio Sánchez quien en su día negó en reiteradas ocasiones que este escenario que ahora vive el PSOE se pudiera llegar a dar. «Con Bildu no vamos a pactar. Si quiere se lo digo cinco veces o 20 durante la entrevista», así se manifestaba el secretario general de los socialistas en una intervención previa a las elecciones municipales y autónomicas de 2015. 

«Creo que esa pregunta ofende porque soy el secretario general de un partido que desgraciadamente ha sufrido el zarpazo del terrorismo» le respondió a un periodista que le cuestionó por la posibilidad de pactar con los radicales vascos en enero de 2016, poco después de las elecciones generales de 2015 en la que los resultados le llevaron a buscar apoyos para una posible investidura. De hecho, lo repitió apenas un mes después en sede parlamentaria, en plena ronda de contactos con otros partidos: «Con Bildu no me voy a reunir».

Tampoco quiso sentarse a negociar con los de Otegi, y así lo comunicó públicamente, en septiembre de ese mismo año, después de que los españoles tuvieran que regresar a las urnas tras el fracaso para formar Gobierno: «Al único partido, eso sí les anuncio, con el que no vamos a entablar ese diálogo es con el partido de Bildu».

Ya en 2019, como presidente del Gobierno en funciones y pensando en las elecciones generales de noviembre de ese mismo año, el líder del Ejecutivo garantizó que ni el PSOE ni la formación progresista de Navarra pactarían con los abertzales para formar Gobierno ni a nivel nacional ni en la autonomía foral. 

La hemeroteca reverdece la memoria, tan frágil en política, sobre todo en unos tiempos tan convulsos como estos, donde la palabra se traiciona por intereses «de ambición y conveniencia», como señalaba hace unos días Nicolás Redondo Terreros, uno de los históricos del socialismo vasco que tuvo que enterrar a muchos de sus compañeros asesinados por ETA ante el aplauso indisimulado de la izquierda abertzale, germen de Bildu.

Referéndum

Y es que la organización armada tuvo en el punto de mira, o en aquellas dianas tétricas y desafiantes que cada poco aparecían pintadas en las paredes de Euskadi, a los políticos desde que nació en el franquismo. De hecho, fue el asesinato de un político, el por entonces presidente del Gobierno Luis Carrero Blanco en 1973, el que dio a los terroristas relevancia social e internacional. Apenas nueve años después de aquella Operación Ogro, el PSOE sufrió la primera pérdida a manos de ETA. El 27 de octubre de 1979, los pistoleros asesinaron en la localidad de Villarreal de Urrechu (Guipúzcoa) a Germán González López, afiliado a la UGT y militante socialista, que había participado activamente en la campaña a favor del Estatuto de Autonomía de Euskadi, aprobado en referéndum dos días antes del crimen.

El 23 febrero de 1984, ETA acribilló a tiros en San Sebastián al senador y secretario de Organización del PSE, Enrique Casas, que lideraba la lista socialista de Guipúzcoa en las elecciones vascas que se iban a celebrar 48 horas más tarde. «Me va a permitir, señor Pablo Iglesias, que le diga cuáles son los verdaderos presos políticos: todos a los cuales el dedo de su ‘hombre de la paz’ (por Otegi) señalaba, mandándoles a la paz eterna», escribió su viuda, Bárbara Dührkop, en 2016 cuando el ahora socio de Sánchez en el Gobierno celebraba la salida de prisión del dirigente de Bildu.

Buesa, Jáuregui, Lluch...

Fue a partir de 1995 cuando la organización terrorista intensificó la campaña contra aquellos que combatían frontalmente la violencia de ETA desde el ámbito público. Y socialistas destacados perdieron la vida a manos de los pistoleros.

A pesar de estar prácticamente retirado de la política, el histórico dirigente del PSE Fernando Múgica recibió un tiro en la nuca el 6 de febrero de 1996. Su hijo José María se encontraba cerca de él y echó a correr en dirección a su padre cuando oyó el disparo. En el camino se encontró con los terroristas, que le encañonaron. En diciembre de 2018, José María pidió su baja de la formación después de la publicación de una fotografía en la que Idoia Mendia, líder del PSOE vasco, aparecía cocinando y compartiendo comida con Otegi.

Solo ocho días después el 14 de febrero de 1996, el expresidente del Tribunal Constitucional Francisco Tomás y Valiente, que entró como magistrado en ese órgano a propuesta del PSOE, fue acribillado a balazos en su despacho de la Universidad Autónoma de Madrid. Su asesinato provocó una reacción no vista hasta entonces, con miles de estudiantes en las calles como repulsa a la violencia etarra.

El 2000 fue un año funesto para el PSOE: con un coche bomba, ETA asesinó en febrero a Fernando Buesa, líder de los socialistas alaveses; en julio, acabaron con la vida del exgobernador civil de Guipúzcoa Juan María Jáuregui, que años antes había tenido que huir del País Vasco por la amenaza terrorista y que se encontraba en Tolosa de vacaciones; y en noviembre, la víctima fue Ernest Lluch, que recibió dos disparos en la cabeza en Barcelona. El socialista catalán se había destacado como defensor del diálogo como única salida para acabar con la violencia en Euskadi.

En marzo de 200, el asesinado fue Froilán Elespe, teniente de alcalde de Lasarte; y un año después la víctima, con tres tiros en la cabeza, fue Juan Priede, concejal en Orio. Joseba Pagazaurtundua, exjefe de la Policía Local de Andoáin y militante del PSE, fue asesinado en febrero de 2003. La última víctima de ETA en las filas socialistas fue Isaías Carrasco a pesar de los desgarradores ánimos de su mujer e hija: «Vas a salir de esta».