Las serenas horas ante el patíbulo

José Iván Suárez
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En el Albacete del siglo XIX, durante décadas, se ajusticiaron a garrote a los criminales más temibles

Imagen de la antigua Audiencia Territorial. - Foto: Fotografía Ortega

«Durante toda la tarde fue verdaderamente inmenso el gentío que acudió a las inmediaciones del triste sitio para ver el patíbulo levantado». Es diciembre de 1896 y en Albacete se va a ejecutar a un reo. Informan desde Las Provincias de Levante. La vigilancia municipal impide la entrada de personas ajenas al edificio de la cárcel, la expectación es enorme.

Mientras tanto, en capilla aguarda Nicolás Sotos. Come con hambre una sustanciosa sopa de fideos y no deja de fumar. Los sacerdotes y hermanos de la Paz y Caridad se relevan para prestar sus auxilios. Cae la tarde y Nicolás se despide de su hermano Pedro sin inmutarse lo más mínimo. Su hermano si que llora desconsolado y tras separarse de él, le pide a un funcionario: «Me he olvidado de dar un puro a mi hermano». Le dan el tabaco y Nicolás dice que tiene ganas de dormir. Y así lo hace. 

El reo entra en un sueño muy hondo y el subconsciente le lleva a Casa Lagarto, en la pedanía de Bacariza, en Albacete. Es noche fría y profunda y en la oscuridad se le aparecen los rostros de José Ortiz y Ana Blasco. Hace dos años, el 27 noviembre, llegó hasta allí para pedirles vino. 

Antes de dormirse, esta misma tarde, ha hecho el testamento y se le ha ofrecido vino de varias clases pero no ha querido. A la copa de anisado no pudo resistirse. Sorbió y dijo: «El que bebe aguardiente, muere abrasado. No hay más que ver que al echar esta bebida en el fuego se inflama». Y ha añadido que todos los padres deben educar bien a sus hijos, haciéndoles por las buenas o por las malas, ir a la escuela desde la más tierna infancia.  

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