Por la boca muere el malo

Carmen Naranjo (EFE)
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Doctora en Ciencias del Lenguaje y perito judicial en Lingüística Forense, Sheila Queralt reúne en 'Atrapados por la lengua' medio centenar de casos en los que el análisis de la escritura, la forma de expresarse y la entonación fueron cruciales para

Por la boca muere el malo

El vocabulario, el timbre de voz, las estructuras sintácticas que se usan al hablar o escribir e, incluso, los silencios, delatan, y mucho más si un forense lingüista sigue sus pasos y hay algo que ocultar, como sostiene la detective de la lengua Sheila Queralt al advertir: «por la boca muere el malo».

Queralt, doctora en Ciencias del Lenguaje y perito judicial en Lingüística Forense, reúne en el libro Atrapados por la lengua (Larousse) 50 casos en los que estas disciplinas han sido cruciales para determinar la autoría.

La lingüística forense se dedica a analizar el lenguaje escrito u oral para aportarlo como una prueba en una causa judicial, explica esta experta, que quiere dar a conocer con su obra esta ciencia a la sociedad y los hechos en los que cada vez más se requiere su colaboración.

Casos que van desde asesinatos a delitos de acoso, violencia de género y ciberdelincuencia, a denuncias por plagio o patentes, e incluso terrorismo: Anabel Segura, Unabomber y Óscar Sánchez son algunos de los muchos procedimientos que se resolvieron ayudados por estos detectives de la lengua, explica la autora.

El de Theodore Kaczynski, el Unabomber que sembró el terror con cartas bomba que se cobraron la vida de tres personas entre 1978 y 1995, fue uno de los primeros en los que intervinieron los lingüistas. Sus escritos fueron publicados y un familiar reconoció su estilo.

Para un detective de la lengua es un conjunto de pruebas el que lleva a determinar una autoría: «en lenguaje escrito nos fijamos en las faltas de ortografía, cómo se estructura una frase, cómo se ordena el contenido, el contexto, cómo se comunica con el interlocutor...», apunta Queralt. Los emojis -reconoce- son más complicados de analizar por sus diferentes sentidos, aunque ya ha habido denuncias por amenazas a través de emoticonos en las redes sociales.

En el lenguaje hablado las pistas que deja un delincuente son muchas, como demostró el experto en fonética de las grabaciones de los secuestradores de Anabel Segura o el que consiguió determinar que Óscar Sánchez no era un supuesto narco de Barcelona, aunque pasó 626 días en una cárcel italiana.

«Encontrar a un sospechoso depende de la cantidad y material del que se disponga, ya que se puede tener mucho audio pero con ruido o un anónimo hecho por diferentes manos», indica Queralt. Aunque a veces no es tan importante lo que dice el delincuente como lo que hay detrás: es lo que ocurrió con Anabel Segura, cuando en una llamada se oyó de fondo a un niño decir la palabra «bolo», muy típica de Toledo, por lo que los investigadores pudieron confirmar el lugar donde se había producido.

Inocente en la cárcel

Otro caso muy relevante para la experta es el de Oscar Sánchez, que permaneció 21 meses encarcelado en Nápoles (Italia) acusado de un delito que no cometió. La acusación se basó en una grabación de la voz de un narco que, tras ser comparada con una que se realizó a Sánchez posteriormente, tenía «diferencias abrumadoras».

También con las imitaciones de estilo los ciberdelincuentes intentan disfrazarse, pero es algo que, advierte Queralt, descubren: no es lógico escribir una falta de ortografía y después construir perfectamente una frase, una incoherencia que no pasa desapercibida.

Es lo que ocurrió en el caso de Rodrigo Nogueira, un estafador en serie de mujeres, en el que Queralt participó para determinar si pertenecían a él varios textos en los que usaba distintas identidades con las que engañaba a sus víctimas en chats.

En el 11-S, la intervención de los forenses del lenguaje fue también pedida por las aseguradoras: era muy diferentes las indemnizaciones si se trataba de un atentado o si se consideraban varios, por lo que se encargó a lingüistas analizar el número gramatical (en singular, ataque, o en plural, ataques) que utilizaban los medios de comunicación cuando se referían a las Torres Gemelas.