Yo salí de un pozo sin fondo

Leo Cortijo
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El acoso al que fue sometido en su colegio casi le hizo tocar fondo y solo el apoyo de su familia y un cambio de centro educativo invirtió una situación que hoy solo es un «triste recuerdo»

Yo salí de un pozo sin fondo - Foto: Reyes Martí­nez

Le llamaremos Pedro, pero ese no es su nombre real. Por motivos de seguridad, este joven no quiere revelar su verdadera identidad. Ahora mira al pasado con la enorme tranquilidad del que sabe que ha superado un grave problema. Ahora Pedro se siente «valorado, querido, respetado y arropado» por sus compañeros de clase. Ahora, comenta su padre, «es un chico normal que hace lo que tiene que hacer un chico de su edad». Pero no siempre fue así. Donde ahora brilla un sol resplandeciente, hubo un tiempo en el que todo se teñía de nubarrones negros. Y por más que lo intentaba, la tormenta parecía no pasar. Pedro fue víctima de bullying.

«Cuando íbamos a recogerle al colegio, veíamos que salía el primero y corriendo, que no se quedaba a jugar con los demás y que en el patio siempre estaba aislado», comenta su padre, Rafael, que para no ser reconocido también evita dar su nombre real. En ese momento se empezaron a encender todas las alarmas. Algo pasaba y «no era normal». Tampoco lo era que si le invitaban a un cumpleaños se negara a ir de todas las maneras si era en un espacio cerrado. Cambió su forma de comportarse y hasta de vestir. Empezó a ponerse ropa oscura y militar, «y eso era algo que atribuíamos a un mecanismo de defensa». Pedro también dejó de lado las actividades extraescolares que siempre le habían apasionado, empezando por el deporte.

«¿Qué le pasa, él no es así?», se preguntaba Rafael sin terminar de encontrar respuesta. La solución, la que tomaría cualquier padre, preguntarle, pero eso era como darse contra un muro. «¡Déjame, déjame!», era la única respuesta que obtenía. «No quería decirnos nada porque estaba mal, para él era como reconocer que se sentía inferior a los demás».

La triste realidad es que «a veces los padres tampoco nos damos cuenta de la gravedad del asunto hasta que ya es tarde, y cuando lo haces entiendes que la única solución es cambiarle de colegio». A Pedro y a sus padres no les quedó otra salida. Aconsejados por una maestra, optaron por la decisión más drástica, pero efectiva. «No podíamos dejar que nuestro hijo siguiera cayendo en un pozo sin fondo, lo que le estaba pasando le iba minando poco a poco hasta el punto de no tener fuerza y asumir su rol de forma sumisa».

El problema del acoso escolar es que es un «círculo vicioso». Pedro no quería contárselo a nadie porque se sentía «acorralado». Si se «chivaba» al profesor o a sus padres temía que las represalias todavía fueran mayores. Y así, se sentía en «un callejón sin salida». No le quedó otra, apunta su padre, que «rumiarlo en soledad», hasta que fue tan evidente «que todo su entorno nos dimos cuenta».

Como padre, Rafael también se sintió «atado de pies y manos» en ciertos momentos. «Hablas con el profesor y te dice que no pasa nada, que él no se ha percatado; hablas con los padres de los acosadores y te dicen que eso es cosa de críos y que es mejor no meterse; si le dices a tu hijo que se defienda, encima van más a por él...», comenta frustrado. Llega un momento que es «insostenible». Rafael cree, por su experiencia personal, que «algunos profesores no se implican, miran solo su comodidad, que para ellos es aislar a uno antes que vérselas con el grupo que acosa y con los padres de éstos». Es la «táctica de la avestruz», concluye.

Y es que los acosadores de Pedro atacaban en grupo. Arropados por un «cabecilla» que a título individual «no es nadie, pero que en la manada se sentía como un gallito». Esa es la clave. El poder del grupo contra uno solo. Cuando acosan, provocan hasta que el que se siente acosado reacciona. Si denuncia lo que pasa, el grupo dirá que es mentira. Si se defiende físicamente, el grupo dirá que ha empezado él la pelea. «Y todos creen antes lo que dicen varios que lo que dice uno solo», termina Rafael.

Problemas en casa. El bullying que Pedro sufrió en el aula se trasladó al ámbito familiar, como suele ser norma general en este tipo de casos. «Todo lo que sufría en el colegio lo exteriorizaba y lo pagaba con nosotros en casa», apunta su padre, sobre todo a través de un mal comportamiento y muy mal humor. «Había días que no se le podía ni hablar porque se originaban discusiones muy fuertes ante las que no sabes muy bien cómo actuar». Pero su situación en la escuela no solo repercutía en su relación con los familiares más estrechos, sino también en la que tenía con otros niños fuera del entorno escolar, como por ejemplo, el barrio en el que vive o el pueblo de sus padres. «Desconfiaba de todo el mundo, no quería saber nada de nadie, él mismo se aislaba».

Ahora su situación es bien distinta. Cuando a mitad de Primaria cambió de colegio, la vida de Pedro dio un giro de 180 grados. En este momento, encarando la recta final de la ESO, se autodefine como «un chico popular». Nada más cambiar de centro, «le preguntábamos todos los días que cómo se sentía, porque nuestra preocupación era máxima, y él nos transmitía que bien». De hecho, hubo un periodo de adaptación hasta llegar a la situación actual.

Su padre, con la reconfortante sensación de haberse quitado un peso de encima, destaca que «ahora se relaciona si le apetece y si no va a un cumpleaños, no es por miedo, es porque prefiere quedarse con otros amigos jugando a la videoconsola». Aunque suene llamativo, Pedro ahora es libre: «Tiene la capacidad de elegir a sus amigos, mientras que antes tenía la necesidad de sentirse integrado en un grupo que lo rechazaba de muy malas maneras». Ahora tiene la sartén por el mango. Ahora es dueño de su propio destino.

¿A dónde habría llegado si no se toman cartas en el asunto? Esta pregunta tiene difícil respuesta, pero Rafael explica que alguna vez su hijo, «desesperado», llegó a insinuar que podría atentar contra su propia vida. No fue así. Y la suya es una historia de triunfo, primero personal, y después, familiar. Porque su familia fue siempre su «principal apoyo» en la agónica caída por el pozo. «Ha habido momentos muy duros, de vernos contra las cuerdas», comenta Rafael casi emocionado. Ahora la normalidad, algo tan básico, reina en casa... y en el aula. Como es lógico.