La Antártida verde

J.V. (SPC)
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El continente helado se transforma en verano en un tupido tapete, en donde decenas de expertos estudian el origen de estos musgos

La Antártida verde - Foto: Federico Anfitti

Fabiana Pezzani ha vuelto a la Antártida este verano -el estío en el hemisferio sur tiene lugar en esta época, entre los meses de diciembre y febrero- para analizar algo que muchos no se creerían que existe en estas latitudes: las zonas verdes del continente helado.

Aunque la mayoría de la gente imagina al hablar de la Antártida un lugar cubierto de blanco, silencioso y sin rastro de vegetación, la realidad es bien distinta, sobre todo, cuando el verano saca a la luz una espectacular gama de colores entre los que el verde ocupa un papel protagonista.

Pezzani es agrónoma y docente en la Universidad de la República, en Uruguay, y uno de sus proyectos estrella es estudiar los microorganismos promotores del crecimiento vegetal que se encuentran en los distintos rincones de la isla Rey Jorge, en la Antártida, así como conocer por qué se forman, cómo evolucionan y qué relación tienen con el cambio climático, un fenómeno que afecta a todo el planeta, especialmente a los polos.

En enero, la temperatura puede llegar a superar los cero grados, por lo que la nieve desaparece y tan solo quedan teñidos de blanco el glaciar Collins y alguna de las puntas de los montes que se elevan alrededor. Cuando esto sucede, florece la vegetación que estaba bajo esta gran capa blanca y que, pese a las condiciones extremas, pudo sobrevivir.

Así, muchos rincones de esta zona pueden verse con una capa verde formada tanto por pastos como por líquenes y musgos -estos últimos de un color amarillento-.

Ese es el momento en el que la científica uruguaya recala, previo permiso ambiental para acceder a esta Zona Antártica Especialmente Protegida (ZAEP), en uno de los lugares más inhóspitos del planeta para rastrear y analizar los pastos que allí brotan. Precisamente, uno de los emplazamientos más solicitados por los investigadores es la Isla Ardley, una de las tantas que rodean a la Rey Jorge y cuya característica principal es que habitan pingüinos.

La docente realiza su labor minuciosa ante la atenta mirada de estas pequeñas aves marinas que se le acercan, con curiosidad, para ver qué está pasando.

El cuidado de pisar terrenos protegidos hace que el trabajo en este espacio sea meticuloso y silencioso, ya que lo fundamental es generar el menor impacto posible en el ecosistema, tampoco a través del ruido.

La bahía de Punta Nebles, con unos montes a los que solo se puede acceder caminando al estar rodeados por el glaciar, es uno de los lugares en los que la investigadora encontró lo que buscaba.

En una elevación a la que llaman La baliza, lo que antes podría haber sido blanco durante el invierno hoy es puro verde. Los pastos y los líquenes conquistaron el terreno y se posan como un tapete de billar sobre el suelo rocoso.

A unos cuantos kilómetros de allí se encuentra el Pasaje de Drake, donde suelen habitar elefantes marinos junto a focas y lobos de mar. Pese a que todo el terreno es arena o piedras, los científicos también hallan sus muestras.

Después de 15 días en la Antártida, la aventura deja en la agrónoma una sensación de deber cumplido y con la satisfacción de haber conocido un lugar único.

A nivel de la investigación, el buen trabajo hace que se lleve a Montevideo muchas preguntas nuevas, nuevos asuntos por investigar y un camino aún sin recorrer en relación al crecimiento vegetal en todo el terreno.

Lo cierto es que la Antártida ya no es blanca, hoy es multicolor y todavía queda por saber hasta dónde llegará el verde.