Una herida que sigue sangrando

Agencias
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Hace hoy un año, el Barcelona encajaba cuatro goles ante el Liverpool en Anfield y decía adiós a la posibilidad de conquistar su sexta Champions

Una herida que sigue sangrando - Foto: Phil Noble

En medio de la crisis desatada por el coronavirus, hoy se cumple ya un año de la que fue, y de la que será siempre, una de las debacles más dolorosas de la más que centenaria historia del Barcelona, aquel 4-0 en Anfield frente al Liverpool que dejó a los culés sin final de la Champions, pese a ganar 3-0 en la ida.

Los caminos de los azulgranas y los ingleses se cruzaron en un Camp Nou que el 1 de mayo acogió el duelo de ida de las semifinales. Los 'reds' dibujaron un partido vibrante, agotador, pero los catalanes, que apenas cuatro días antes se habían coronado campeones de liga, supieron sobrevivir a las embestidas y ser más efectivos ante el arco contrario.

El marcador se inauguró en el minuto 26, cuando Luis Suárez apareció a la espalda de los zagueros visitantes para rematar un pase milimétrico, medido, de Jordi Alba desde el vértice del área, firmando así el que sería su único gol en la pasada edición de la Champions. El 1-0 no domó el ímpetu de los pupilos de Jürgen Klopp, que siguieron asediando la portería rival hasta el punto de que, ya en el minuto 60, Valverde optó por fortificarse con un 4-4-2, reemplazando a Coutinho con Semedo. La sustitución no alteró el guion, pero en una acción más bien aislada, Messi anotó el 2-0 al recoger el rechace del travesaño a un duro tiro de Suárez.

El 3-0 definitivo acabaría llegando, ante la incredulidad de un Liverpool, apenas siete minutos más tarde; cuando el '10' culé transformó una falta lejana con una parábola espectacular que sirvió para dejar la eliminatoria prácticamente sentenciada.

De hecho, los azulgranas incluso podrían haber viajado a Anfield con un gol más de ventaja si, ya en el tiempo añadido, y justo después de que Salah estrellara un disparo en el palo, Dembélé no hubiera marrado una ocasión más que clara de gol. Aquella oportunidad hubiera sido el último clavo en el ataúd del Liverpool, que encajó la quinta y última derrota de la temporada.

Aunque se le escapó por solo un punto la Premier League, que acabó en las vitrinas del Manchester City, el Liverpool supo recomponerse rápidamente de la goleada sufrida en la Ciudad Condal, y seis días más tarde, recibió al Barça en Anfield con el reto de protagonizar la gesta que le hacía falta para remontar la eliminatoria y clasificarse para la final de la máxima competición continental.

Never give up (nunca te rindas) se podía leer en la camiseta con la que Salah saltó al césped una hora antes de que diera inicio un partido en el que, lesionado, al igual que Firmino y Keïta, no podría liderar a sus compañeros. Pero ni siquiera importó que los 'reds' no pudieran contar con tres de sus mejores hombres. «Aún no estamos eliminados. Somos el Liverpool. Y haremos todo, todo, lo que esté en nuestras manos», acentuó Klopp antes del partido.

Cual manada de búfalos, cual huracán, atropelló, arrasó a los azulgrana, tan erráticos, tan desubicados, tan impotentes e indolentes, como incapaces de contrarrestar el ritmo que imponían los locales, desatados.

Los hombres de Valverde llegaron a Inglaterra con las piernas descansadas, ya que, con la liga ya decidida, ninguno de los que fueron titulares en Anfield lo había sido tres días antes ante el Celta en Balaídos. A pesar de ello, el Barça, angustiado por el miedo a que se repitieran las catástrofes del Parque de los Príncipes (4-0), el Juventus Stadium (3-0) y, sobre todo, del Olímpico de Roma (3-0), se vio claramente superado por un adversario que inició el camino hacia la remontada en el minuto 7, cuando Origi recogió en el área pequeña el rechace de Ter Stegen a un chut de Henderson.

Ya en el segundo acto, y con un Barça inofensivo e incapaz de acercarse a las inmediaciones de Alisson, Wijnaldum se vistió de héroe para liderar a los ingleses. El centrocampista neerlandés, que había saltado al césped en el entretiempo, celebró el 2-0 y el 3-0 en tan solo dos minutos, entre el 54 y el 56.

Error imperdonable

Valverde, que había salido con el mismo once que en el Camp Nou, trató de dormir el encuentro dando entrada, de nuevo, a Semedo en el sitio de un inocuo Coutinho, pero nada evitó que acabara llegando el 4-0. Fue en el minuto 79, cuando, en un córner, un pícaro Alexander-Arnold engañó a toda la defensa culé, protagonista de un error tan infantil como imperdonable, haciendo ver que se alejaba del banderín para que fuera Shaqiri el que lanzara el saque de esquina.

Mientras los culés les daban la espalda tanto a él como al balón, deshizo sus pasos y puso la pelota en la frontal para que Origi redondeara la noche certificando una de las remontadas más brutales de la Champions.

Mientras, los catalanes, que ahondarían en su tristeza al perder la final de la Copa contra el Valencia semanas más tarde (1-2), buscaban respuestas en el césped en el que se acababan de hundir sus esperanzas de alzar la sexta Copa de Europa de la historia del club. Un herida que todavía escuece.