Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


El viejo hierro

29/01/2022

Ocurre -a veces- que uno tiene miedo -o cuanto menos angustia- a detenerse. Pese a que vivamos en precario siempre es mejor dar pedales, pero en ocasiones uno anhela cierto retiro, y en ese afán hay más gallardía que otra cosa. Pedalea y no pares -recuerda el día que ibas ya solo y de prestado en una bicicleta muy usada; y eso nada importaba, aunque la codicia borbollea, querías una propia y nueva; y ahora ya no sabes donde dejar aquel trasto, añoras la de prestado y vives en precario (casi)-. El equilibrio, la voluntad para empujar la máquina, brotaba de la libertad del niño, como si el orgullo de montar la bicicleta fuere ya un fundamento propio. En ese instante, cuando la libertad personal se aúna al libérrimo manillar de una bicicleta muy usada, dispuesta para soportar la bisoñez (y hasta el miedo) del aprendiz, no piensas en que anhelarás detenerte y sufrirás angustia por no hacerlo -y con el paso de los años la angustia orlará el negro y metálico sabor del miedo-. Ahora lo veíamos en el volcán de La Palma o en el sacudirse interno de los mares. La naturaleza es perfecta a su manera, es lo que es; pero el hombre tiene que llegar a ser todavía lo que es. Uno piensa que quizá era más que ahora cuando aprendió a montar en una bicicleta de hierro que nadie ya quería -y que estaba dispuesta para el hermano de menor edad-. Pero en aquel afán el miedo a la caída era como el sangrado en las rodillas -sangre de niño, casi parece agua- y había una voluntad férrea en caerse muchas veces en poco tiempo para aprender ya para siempre. Y ahora, cuando pude tener ya mi bicicleta nueva, y anduve en grupo por caminos transitados, me parece impropio preguntarle al mundo cuándo habré de parar -y si en esa parada el mundo es culpable de mi angustia-. En la crítica de San Agustín al pensamiento antiguo hay un afán de averiguar lo que podemos, para que en adelante sólo queramos lo que está en nuestras manos. Aprendimos a llevar la bicicleta y en ese aprendizaje ya debimos saber -o intuir- hasta dónde podríamos llegar y el estar en nuestras manos el tan necesario freno. El mundo que uno transita no te dará fundamento (estás por debajo de la naturaleza, ya acabada) y tienes por delante la tarea de terminarte. Sé indulgente. Y aprecia el viejo hierro.