"Los supervivientes de Auschwitz pedían, ante todo, memoria"

María Albilla (SPC)
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"Los supervivientes de Auschwitz pedían, ante todo, memoria"

Es difícil ponerse en la piel de Ella. Es una judía francesa del campo de exterminio Auschwitz-Birkenau y la protagonista de la última novela de Reyes Monforte, Postales del este. Pero es más difícil todavía ponerse en la piel de Maria Mandel, una de las guardianas femeninas de las SS nazis con alto rango en el campo y un personaje real que fue capaz de las máximas crueldades que el ser humano pueda imaginar. En esta dicotomía entre víctima y verdugo se mueve la escritora en su último título, que se publica coincidiendo con el 75 aniversario de la liberación del campo y que deja al descubierto la cara más atroz del ser humano, pero también su extrema fortaleza para superar la adversidad.

De nuevo, la figura de la mujer como protagonista. Una, Ella, que es ficticia y está llena de otras personas. La otra, Maria Mandel, un personaje real, apodado como La bestia, llena de crueldad. ¿Cuál es el objetivo de esta dicotomía?

Solo un matiz. El personaje de Ella también existió en la realidad, pero no quiso hacer público su nombre y apellido en uno de los juicios de Núremberg. Es, por tanto, un personaje real, pero con un nombre ficticio.

Junto a Ella, una prisionera francesa de Auschwitz-Birkenau, la otra gran protagonista es Maria Mandel. He estado en ese campo unas 10 o 12 veces y en una de las últimas visitas descubrí una foto de Mandel y me sorprendió mucho que una joven, de apenas 30 años, hubiese sido la mujer más poderosa de Auschwitz y casi de la Alemania nazi. Y esto lo subrayo porque ahora estamos acostumbrados a ver a una mujer en el poder, pero en 1942 la situación era muy distinta para ellas y más aún bajo el régimen de Hitler. Ella tenía una apariencia angelical, pero era un verdadero demonio, una bestia que asesinó a más de 500.000 mujeres y niños. Era una sanguinaria. Hasta el doctor Mengele, El ángel de la muerte, se asombraban de la crueldad de aquella mujer.

¿Qué pensó cuando se fijó por primera vez en aquella mirada?

En realidad me fijé en que en las fotografías en las que salía era la única mujer con poder y que siempre estaba rodeada de hombres igualmente poderosos. Ahí decidí empezar a tirar del hilo.

Mandel nunca se arrepintió de las barbaridades que hizo. Aseguró en su juicio que solo cumplía órdenes. ¿Cree que se puede dormir sin conciencia?

Yo creo que no, pero vamos desde mi punto de vista... Pero ella nunca tuvo consciencia de estar haciendo nada mal. Era hija de un zapatero, trabajó en Correos, tuvo incluso un novio de origen polaco contrario a Hitler... Aparentemente era una mujer normal y eso asusta más todavía. ¿Cómo alguien así se puede acabar convirtiendo en La bestia de Auschwitz?

Lleva años documentándose sobre este tema. ¿Ha hablado con alguna de sus víctimas?

Que sepamos, ya no queda ninguna con vida. De hecho Neus Catalá, una española que la sufrió, murió el año pasado. La verdad es que, gracias a las actas de los juicios en los que estuvieron muchos superviviente, hay infinidad de relatos de episodios de maltratos que, porque los estás leyendo y sabes que son verdad, que si no... Hay lectores que me preguntan si lo fricciono en el libro y yo siempre insisto: todo lo que se cuenta en Postales del este es verdad y los personajes, verdugos y víctimas, son reales. 

Hace un tiempo estuve en una conferencia con un superviviente y un joven le preguntó que después de investigar muchos sobre el Holocausto no entendía cómo había podido pasar aquello. La respuesta fue: «Pues mire, yo que estuve allí, todavía tampoco lo entiendo».

¡Como para no dudar! Hay episodios que ponen los pelos de gallina y que evidencian que el ser humano es capaz de lo peor, pero también de lo mejor.

Yo entiendo este campo de concentración como un museo de la condición humana. Sucedió todo lo peor y también todo lo mejor, sobre todo por parte de las víctimas. Porque en un período tan negro, ellas aportaron esperanza, amistad... Dieron luz a Auschwitz.

Gisella Perl, por ejemplo, era una prestigiosa ginecóloga que entró como prisionera al campo y se vio obligada a practicar miles de abortos clandestinos porque los nazis mataban a las mujeres embarazadas y a sus bebés. Al menos así podría vivir uno de ellos. A veces incluso asistió los partos e indujo ella misma la muerte a los bebés para que no sufrieran o no sirvieran para los experimentos del doctor Mengele. Perl sobrevivió, y aunque se intentó suicidar dos veces, acabó trabajando como ginecóloga en el Mount Sinaí de Nueva York donde trajo al mundo a 3.000 niños judíos. Fue su venganza.

¿Cómo condicionó la vida de los supervivientes todo ese odio sin razón?

Casi todos los supervivientes pedían, ante todo, memoria. Muchos contaban que habían conseguido salir físicamente de aquel infierno, pero que Auschwitz no había salido de ellos. A muchos les costó verbalizar su experiencia. A otros les resultó imposible... nunca podían decir ese nombre. Hablaban del este. Algunos tardaron 20 o 30 años en poder contarlo... Por eso es tan importante la memoria. La frase que abre el libro es de Primo Levi y dice: «Ocurrió. En consecuencia, puede volver a ocurrir y puede ocurrir en cualquier momento». De hecho, sucedió 47 años más tarde en Europa con la guerra de Bosnia y la limpieza étnica.

Me asusta que piense que algo así podría volver a ocurrir. 

Todo aquello que acabó en la construcción de Auschwitz, así como al Holocausto y a la Alemania nazi, fue el odio, el racismo, el antisemitismo, la intolerancia, la maldad...  Todo eso sigue en nuestra sociedad y en nuestra condición humana. Solo está esperando a aflorar en cualquier momento y por cualquier motivo.

Asegura que no conocemos ni el 20 por ciento de lo que pasó allí cuando parece que todo está ya escrito... ¿A qué se refiere?

Otra de las cosas que descubrí en una visita a este enclave fue que los prisioneros escribieron sus nombres, sus vivencias, en postales y fotos. Hicieron hasta planos de las cámaras de gas y lo enterraron porque estaban convencidos de que no iban a vivir. Creían que los nazis, cuando les mataran a todos, borrarían las huellas de su infamia. Así, tenían la esperanza de que alguien encontrara aquellas palabras escondidas algún día. Me pareció maravillosa esta historia de la esperanza en la palabra.

Efectivamente, esa tierra se levantó años después de la liberación y se encontraron esos mensajes escritos en ocho idiomas diferentes. Por eso es tan importante en la novela la resistencia particular de Ella de ir cogiendo de los equipajes de los deportados las fotografías y en su reverso escribir lo nombres y apellidos de las personas que estaban siendo asesinadas, porque ella no podía salvar la vida a esas personas, pero al menos sí su memoria.

¿Tú te acuerdas de la portada de hace un par de meses del New York Times en la que solo salían los nombres de las víctimas de la pandemia de la COVID-19? Esa portada nos emocionó a todos. Los nombres humanizan los dramas más allá de los números.

Siempre hemos conocido el régimen de Hitler personificado en hombres. ¿La Historia ha sido injusta con las mujeres, hasta con las malas?

En este caso sí, pero no creo que haya sido algo intencionado, la verdad. Hubo miles y miles de mujeres nazis que formaron parte del Holocausto. Es verdad que la más importante fue Mandel, pero hubo muchas y cada cual más cruel. Pasa como en el terrorismo yihadista. Los que generalmente se inmolan son los hombres, pero cuando lo hacen ellas parece que tienen que ser más crueles y más decididas que los propios varones. La maldad, como la bondad, no tienen género. 

¿Era la vida más dura en los campos con las mujeres o los castigos físicos, las violaciones, los experimentos médicos se practicaban indistintamente con ambos sexos?

Era exactamente igual. Por ejemplo, los experimentos de esterilización Mengele los hacía igual con hombres que con mujeres, lo que pasa es que luego cada uno vivía con sus circunstancias. En el caso de ellas, por ejemplo, quedarse embarazas tenía sus consecuencias. Al tener la menstruación, les obligaban a tomarse determinados componentes químicos para que se les retirara... pero fue el mismo infierno para unos que para otros. Maria Mandel, Josep Mengele, Rudolf Hess, Irma Grese o llse Koch no hacían distinciones.

Bueno, lo de Koch es... No era ni siquiera oficial de las SS, era la mujer del comandante del campo de concentración de Buchenwald y era una auténtica bestia. Se paseaba con encajes de seda por el campo para provocar a los prisioneros y mandaba matar a los que veía que tenía tatuajes y hacía lámparas con su piel. Incluso se llegó a confeccionar la ropa íntima con ella.

El libro tiene banda sonora propia y demuestra que incluso los seres más crueles se emocionan con la música.

Hay muchas cosas que no se pueden entender... Creemos que todo tiene un por qué y no siempre ocurre esto. Mandel creó la Orquesta de Mujeres de Auschwitz-Birkenau y puso al frente a Alma Rosé, una violinista que era sobrina del compositor Gustav Mahler y que en cuanto entró en el campo fue destinada al bloque de experimentos médicos del doctor Mengele. De ahí iría directamente al crematorio. 

Cuando Mandel se enteró de que la gran Alma Rosé estaba allí la salvó de una muerte casi inmediata y la puso al frente de su orquesta. No solo ella disfrutaba con la música. Mengele después de sus barbaridades se emocionaba conSchumann o Schubert y decía que la música le llegaba al corazón... pero no tenía ni un ápice de empatía con las personas.

El presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, pidió perdón el año pasado por las atrocidades cometidas en la Segunda Guerra Mundial. México pidió lo propio a España por la colonización, ¿cree que es necesario el reconocimiento? 

En Alemania todavía tienen ese complejo de que son culpables de algo que sucedió hace 80 años, pero Ella, como tantas otras prisioneras, creían que el perdón está sobrevalorado en este caso porque muchas personas piden perdón, pero sin sentirlo. Algo así como lo que sucedía con los etarras que lo hacían para obtener beneficios penitenciarios. El perdón tiene un matiz religiosos que se nos escapa.

Además, muchos de los que estaban allí demandaban más que perdón explicaciones sobre por qué no habían llegado antes para liberarles. Cierto que no se les escapaban muchos, pero alguno sí, y no entendían cómo habían tardado tanto en llegar, en este caso los soviéticos, que son quienes liberaron Auschwitz en enero de 1945, pero tardaron un año en hacerlo.