Nos disponemos a despedir el segundo año de la pesadilla de la pandemia del coronavirus. Lo que comenzó con disfraces en el Carnaval de 2020, con poca importancia para nuestros gobernantes en los primeros compases -al estilo de los hilitos del Pestrige que diría el entonces ministro Mariano Rajoy-, se ha convertido en el gran quebradero de cabeza de nuestra sociedad en el actual siglo, porque el dichoso Covid no sólo ha quebrado nuestra salud, sino también nuestro ánimo, ya que en demasiadas ocasiones nos vendieron la luz al final del túnel, cuando la realidad es que todavía falta un largo trecho para ello.
Nos queda el consuelo de que a lo que hemos pasado, casi dos años, ya no le tenemos miedo, aunque todavía está en nuestro recuerdo, sobre todo por todas las personas, cercanas o no, que quedaron por el camino. Más de una vez he querido pensar que simplemente es una pesadilla de la que despertaremos con un sobresalto inicial, prólogo de la alegría al comprobar que sólo es un mal sueño, pero no es así.
Pese a la gran cifra de contagios por la variante ómicron, parece que algo ganamos, porque los fallecidos son muchos menos que en otras olas, la economía, aunque no con las previsiones iniciales, también mejora, pero el ánimo lo tenemos tocado, porque la pesadilla dura ya demasiado tiempo. Hace un año veíamos con ilusión el 2021, pero 365 días después comprobamos que tampoco han sido 12 meses buenos, por lo que nuestra esperanza se traslada ahora al 2022. Por el bien de todos espero que así sea y que el próximo año por estas fechas pueda ser más optimista en mi artículo de despedida.