¿Qué harías por cumplir un deseo?

EFE
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Andrés Ibáñez publica 'Nunca preguntes su nombre a un pájaro', una novela gótica que bebe de las fuentes de Lovecraft y que transcurre en las montañas del estado de Nueva York

¿Qué harías por cumplir un deseo? - Foto: Nicolas Ibanez

Podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que Andrés Ibáñez es el mejor escritor desconocido de España. Desconocido no porque no haya publicado; incluso ha obtenido galardones como el Ojo Crítico por su primera novela, La música del mundo, o el Premio de la Crítica, con Brilla, mar del edén. Sino porque este licenciado en Filología Española, autor de teatro, pianista de jazz, profesor de español y crítico literario no ha conseguido la difusión que sin duda merece.

Su última novela, Nunca preguntes su nombre a un pájaro («Hay muchos pájaros en mis libros; muchos animales, en general», admite), ha sido considerada novela gótica, etiqueta que él acepta con la condición de que entendamos que los géneros están para ser transformados, y trascendidos. De hecho, si algo define su trabajo es su empeño en mezclarlos.

El protagonista, Horst, es un escritor en crisis personal y creativa que se refugia en una gran casa aislada en las montañas del norte del estado de Nueva York donde vivió, años atrás, uno de sus referentes literarios. No adelantemos nada más, añadamos solo que aquí hay ecos de Lovecraft o Chambers, referencias que bastarán a los amantes de la Literatura. 

El emplazamiento de la acción no es extraño para Ibáñez, que conoce bien el lado neoyorquino del río Delaware. Es un enclave natural apabullante, y no es de extrañar, porque vuelve una y otra vez sobre los riesgos que se ciernen sobre el futuro (el presente) del planeta. Y no vale con tomar medidas alicortas: necesitamos un cambio de conciencia. «Si seguimos pensando en términos de dominio, de poder, de éxito, de beneficio, y paralelamente, de obediencia, de sometimiento, nada podrá hacerse».

Como en otras obras suyas, por las páginas de la novela desfilan teorías científicas, mitos y reflexiones socioculturales. «Las teorías científicas son parte de lo que dicen los personajes, pero a mí me interesa más lo que sienten y lo que hacen». De ese modo, las conversaciones entre Horst y su cuñada, Eva son, en realidad, parte de un sutil ritual de apareamiento, en el que uno y otro buscan fascinarse mutuamente. 

Ponemos un ejemplo: hay un fragmento en el que el psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo Carl Gustav Jung adquiere un gran protagonismo. Se nos aparece gracias a Eva, que lo saca a relucir para explicar la experiencia que Horst está viviendo. Es una digresión, pero llena de lógica: Ibáñez atribuye a Jung una enorme importancia, cree que es quien nos dio la llave para comprender el pasado de la Humanidad, sus mitos, sus dioses, sus leyendas, su magia. Sin él, sostiene, no sabríamos qué hacer con todo eso. Pero que la reflexión teórica no nos engañe: «Yo quería escribir una novela, sobre todo, emocionante».

La obra del madrileño vuelve una y otra vez sobre la tarea del escritor, desde la convicción, expresada en la novela, de que es una sucesión de humillaciones; sobre todo «porque un artista se expone a sí mismo en todo lo que hace».

En Nunca preguntes su nombre a un pájaro (Galaxia Gutengberg) hay, además, un eco de Fausto porque al protagonista se le plantea un dilema que pasa por entregar algo a cambio de conseguir la gloria literaria. Una posibilidad que nos atañe a todos: ¿qué estaríamos dispuestos a hacer para conseguir nuestro objetivo, personal o profesional? 

En la novela, el que tienta a Horst con ese trato es El Rey Amarillo. ¿El Rey Amarillo? Ibáñez dice que es alguien que vive dentro de nosotros, y que para conocerlo basta con descender por los pozos correspondientes, de hecho, se manifiesta cada vez que uno disfruta con el dolor de otro, desea vengarse, siente odio o envidia por lo que otro tiene… «Sí, conozco bien al Rey Amarillo. Y cuando lo he visto, he sentido verdadero espanto».